Palmerolo y los Naguales Candelario Reyes García

Palmerolo y los Naguales Candelario Reyes García
Capítulo IV

Dos.
No es fácil resolver una situación de horror; sobre todo cuando es ella la que te oprime. Y Palmerolo y los Naguales, realmente confundidos no saben qué hacer. Teñía la noche y sobre el río, estallaban sombras. Palmerolo, sintió el resabio propio de sus instintos de burro apenas controlados porque en contraste con las sombras, la noche se cundía de luces. Y cada una de ellas, para él se convertía, cada luz, en una especie de callejones de una trampa tendida; a manera de telaraña gigante. Las luces le afectaban, le resultaban peor que la oscuridad; para suerte, los naguales lo cubrieron con un brillo que le aliviaba sus ojos y se los apagaba de la apariencia de brasas, que le daban las luces del alumbrado eléctrico público al rebotarle en el cristalino de sus ojos.
Tuvo un reparo, vio figuras como de espanto que salían entre las penumbras: de especies de cuevas improvisadas en la ribera emergían seres con aspecto de despojos humanos; parecían osos de miseria salidos de una variedad de hibernación de la lobreguez y la miseria.
Se iban acercando entre ellos y sonreían como triunfantes sobrevivientes de algo mayor que la luz del día, mostraban sus dentaduras sucias al sonreír y se decían cosas entre ellos, algunos hurgaban en las bolsas de sus harapos y se mostraban desperdicios de casi nada que de allí extraían.
Se vio el relámpago de una luz breve y de colores, seguido de un casi imperceptible aullido de una patrulla policial, entonces todos ellos corrieron a ponerse en fila, en una sola escuadra de absurdo y haciendo el saludo militar; visiblemente algunos temblaban de temor. Otros sonreían una sonrisa tonta de complicidad que pide aceptación.
De pronto apareció entre las penumbras un hombre de uniforme, seguido muy de cerca por dos de civil, pero armados con fusiles de asalto. Se pasearon ante la fila como si hicieran revisión de tropa.
-¿Sin novedad en el frente?- impuso con sorna más que su voz, su aliento sobre la cara de los miserables.
-Con la novedad mi sargento, -le respondió uno de sus acompañantes, -de que todo el pelotón está presente.
-¡Eso significa que anoche tuvimos buena cacería!- agregó con mayor pachorra de la que le es propia a los policías.
-¡Muestren la rapiña, cochinos!- Les gritó el segundo de los acompañantes.
Y todos estuvieron prontos a hacerlo sacando de sus bolsillos sucios sendos regalos: el fruto del ilícito y riendo con simulada complacencia, como para ser valorados, a cual el mejor, conforme a la rapiña que otorgaban como presente a su visita distinguida.
-¡No ha estado mal!-dijo el otro acompañante, -como que se han dado cuenta que mi mayor está de cumples, jajaja. ¡Hacen bien, hacen bien, tienen futuro, apestoso!
-¡Cállate!- le impostó el otro- y zámpalos en a bolsa y cerrá la jeta.
Este los recaudó con sin tocarlos, haciendo que los raídos los fueron poniendo en el saco.
-¡Puta, hasta una piedra, mi mayor…!
-Déjala, esa te toca a vos, que sos el vicioso, ojalá algún día aprendás que ese vicio de llevará más a la ruina de lo que ya estás. El día que me atiendas y recibas a mi señor como único salvador, lo entenderás, si no, te espera quedar como estas piltrafas que ves aquí, que de no tenerles en cuido nosotros, o estarían ya muertos o en prisión! ¡Y ya! ¡Vámonos! que tengo que ir a cenar con mi familia,- e hizo el gesto de una orden de retirarse a los dos ayudantes.
Los ayudantes hicieron como que se iban, pero lo esperaron a escasos dos pasos.
-¡Y vos!- dijo el mayor a la más vieja de las mujeres que estaban allí-¿No le vas a mandar a decir algo a tu hija? Ella cree que vos estás bien ¿Qué le digo? ¿Todavía te acordás que tenés una hija de mi general y que es mi mujer?
La mujer en mención gimió, pero de inmediato fingió una sonrisa de tonta, se agachó y cubrió con un trapo sucio su boca desdentada y no dijo nada.
-¡Mierda!- dijo el oficial, y se metió la mano en el bolsillo, sacó algo y se lo dio-¡Tomate una al día… es bueno para mí que te mantengás viva!- Hizo un gesto de saludo militar a todos y se fue detrás de los otros con gesto marcial.
Los otros rieron, él no, sólo adelantó el paso y todos salieron con prisa. Cuando llegaron donde estaba la patrulla, está lanzó un breve aullido de sirena. Los miserables rompieron filas y dijeron a burlarse de la vieja, gritándole “suegra, suegra, suegra” la vieja gritaba también y daba carcajadas.
Palmerolo estaba distante y no supo que era aquello, pero los Naguales sí, lo observaron todo. La Tortuga dijo: ¡No sabía yo que existiera un mundo así!
-¡Cuidado, viene más gente!
Y sí, apareció un grupo de jóvenes seguidos de un viejo, al parecer traían algo para los miserables, porque estos se agruparon y se pusieron a aplaudir. Los del grupo que llegaban se les acercaron muy complacidos, mostrando un gesto familiar de confianza. Sacaron unas latas, les pusieron combustible e hicieron con ellas unas fogatas.
-Se les había olvidado que ahora es jueves! ¿Verdad?
-Hay toque de queda ¡pero qué importa, nosotros siempre les cumplimos! ¡Les cumplimos a ustedes y burlamos la dictadura!
-¡Sí, vamos a alegrarnos la vida! Ustedes son nuestros jefes especiales, porque no nos deben sueldo, ni nos restringen con órdenes.
Y luego de breves preparativos de los instrumentos, comenzaron a hacer música con una melódica, una flauta, maracas, claves y un par de gemelas. Los miserables danzaban y un viento de alegría se inició en aquel lugar. Luego de la primera pieza, uno de ellos tomó la palabra: “Es bueno que nos demos cuenta que estamos vivos. Hoy vamos a tener una hora especial, pero antes ¡vamos a ver! ¿Quiénes de ustedes han hecho fuerzas y voluntad para no probar ni alcohol, ni drogas? … Tres de ellos levantaron las manos.
-¡Mentiras, mentirás, no mientan, si han probado algo!-dijo una niña entre ellos-¡Yo los vi! ¡Yo les grite! ¡Le dije, no mentir, no mentir!
-¡Bueno!-dijo la vieja sin dientes, con alguna dificultad al pronunciar las palabras-¡Algo hemos hecho todos, lo que pasa, que a veces nos topa el hambre y el frío y entonces uno comparte algo de pega , huele, ensuelve un poco y se le pasa…pero hemos hecho el esfuerzo! No hemos pasado sólo en el vicio, hasta nos hemos aseado un poco…sólo agua, es que no hemos podido hervir, pero la hemos colado en los trapos; y no se ve tan sucia al tomarla. Fea , apesta, pero no se ve tan sucia.
-¡Pues no!- dijo un niño-¡Nosotros cuatro nos hemos tapado con cartones y plásticos y le hemos hecho gancho al hambre buscando en los “drones” y guardando poquitos y vamos saliendo. Estamos como enfermos, temblamos pero vamos saliendo. Y casi no tomamos agua. El agua es un veneno. Ese río mata y no hay de donde entre tanta mierda, espumas y babosadas.
-¡Muy bien, -dijo un joven- nosotros venimos de allí, y lo hemos logrado. Y miren hoy somos artistas, otros trabajamos; estamos pobres, pero allí vamos. Ustedes lo lograrán. Por eso hoy les trajimos confites y galletas y confites a todos, parejo; pero eso será hasta para el final. Ahora vamos a ver un espectáculo.
Y el más viejo de ellos, que había traído una caja, la abrió y comenzó a sacar varios muñecos. Eran marionetas. Todos eran perros. Los músicos interpretaron una pieza alegre, y con la ayuda de dos jóvenes, el viejo fue haciendo vivir a aquellas marionetas. Las pusieron a danzar y a pegárseles al cuerpo a los miserables, danzando sobre sus hombres y sus cabezas. Esa libertad de los muñecos despabiló a la concurrencia miserable, que comenzaron a jugar con ellos y a bailar, olvidándose de su tristeza, plenos de alegría y de admiración. El fuego se batía por el viento y por el movimiento de los que se arremolinaban en torno a los perritos, que estaban vivos y halagozos. Palmerolo y los Naguales se vieron contagiados y se acercaron un poco; tanto que fueron determinados por los demás y sin mediar palabra, sino que actuando, los incorporaron al tumulto. Cuando estaban en plena alegría, la niña gritó:
¡Miren, ha bajado Pjiriche, al río!
Y sí, un perro flatoso y humillado estaba junto a la orilla del río, un poco nervioso, tomando de aquella agua sucia. Los niños corrieron tras él, y éste no pudiendo escapar, se echó, hecho un montón con aspecto de desojo. Los niños lo amarraron con un cordel y lo trajeron.
¡Es Pijiriche, es Pijiriche, -gritaban-¡lo vamos a bañar!
¡No! -dijo el viejo de los títeres, riendo- si lo bañan, puede desaparecer, no ven que está hecho de puro tile! Es puros huesos pegados por el tile, si lo bañan, se les desencajan los huesos.
Y rieron todos.
-Sí, se le cae el tripongo, los ojos y las orejas. Jajajaja.
-¡Por eso nosotros tampoco nos bañamos!- Dijo a todo reír la vieja.
-¡Bueno! ¡Entonces por qué no nos bañamos todos?-dijo una niña-¡Tal vez sería mejor desaparecer!
-¡Sí, que se bañe primero el viejo de los títeres y los títeres! –Exclamó otro niño.
-¡No! ¡Los títeres y los artistas no!- Reclamó con un poco de dureza un niño- ¡Lo bonito y lo que nos da cariño, no debe desaparecer!
Y hubo un gran silencio.
-¿y qué debe desaparecer?- Dijo Palmerolo
Cuando el burro habló, cundió un pánico como de muerte.
-¡El burro habla! ¡Habló, habló, habló! -Dijo la niña- Y los animales no hablan; sólo pueden hablar con los mudos.
Y quedaron de nuevo en silencio.
-¡No, -dijo un niño- fue un truco del viejo, así como revive a los muñecos, nos quiere hacer creer, que el burro habla!
El viejo tragó saliva, y sabiendo que no era cierto, como para salir del espanto, dijo-¡Sí, yo lo he hecho! ¿Verdad Burro? –Agregó
-Me llamo Palmerolo
-¡Jajaja, que viejo más zamarro! -Dijo la vieja, escupiendo las palabras de un solo golpe y asperjadas de saliva hedionda- ¡Con gusto me casaba con un viejo así y dejaría todo los vicios sólo por cuidarlo, porque sí que es zamarro este viejo!
-Yo hablo,-dijo Palmerolo- pero no todos me pueden oír, ni entender, sólo mis amigos y la gente buena.
-¡Hum, puta, ahora este viejito nos quiere hacer pasar por buenos a nosotros! ¡Cómo que me está enamorando por medio del burro!-agregó la vieja- Jajaja ¡Viejo descarado!
-No- respondió Palmerolo- no fue el viejo, fui yo. Miren el vejo está desmayado y los músicos tienen la apariencia de muertos. Yo no ocupo que otros hablen por mí.
Y era cierto.
-Y no estamos drogados,-dijo un niño
-¡Es un truco del viejo, vos, de hacerse el desmayado- le espetó al vieja- es que nos quieren hacer creer que somos buenos, para que dejemos la droga y de robar, para esos cabrones policías…¡cómo no son a ellos que los van a matar si no les hacemos el negocio!... ¡Yo no soy tan cabrona para creerles!
-Ustedes son buenos, -dijo Palmerolo- Lo que pasa, sólo es que andan perdidos.
-¡Perdido andás vos, burro viejo de mierda que casi me matás del susto!- dijo la mujer y juntó una piedras y fue lanzándoselas a Palmerolo, que sólo pudo capearse una y le cayeron dos; pero no se movió del lugar.
Al verlo sereno, y que no respondía a patadas, como burro, los demás miserables controlaron a la vieja que se puso como loca forcejeando hasta sollozar, al verse reducida en su empeño.
-¡Decir que soy buena yo, yo no soy buena, ni nadie de nosotros, no pueden ver lo pastosos que estamos!- gemía y forcejeaba- y yo que hasta soy suegra de un oficial y me revolqué de gusto con muchos en los batallones, pero sólo a uno le di el gusto de parirle una hija ¡Jajaja, una hija de puta!- Histérica- ¡Mi hija, mía, mía, una puta, una puta que han mandado a la puta!
Un joven artista tomó la palabra y dijo muy nervioso-¡Sí, crean, él es Palmerolo, yo he leído sobre él! A lo mejor sea una aparición, a lo mejor, la vida nos quiere decir algo- Pero estaba visiblemente nervioso y no logró convencer a nadie.
El viejo había despertado y estaba como alelado. Todos los demás se fueron sentando sobre la arena y Pijiriche aprovechó la situación para salir corriendo, pero dos niños estuvieron prestos a atajarlo y lo retuvieron. La vieja permanecía parada y Palmerolo dio la vuelta y se fue junto al río. Los Naguales lo siguieron, pero estos no eran percibidos por nadie más. Había un incertidumbre en el entorno que les otorgaba la noche.
-¡Algo nuevo va a pasar!- dijo el viejo de los títeres -¡Cuando los títeres y los animales hablan, algo va a pasar! ¡Crean, esta dictadura va a caer, por eso los animales han hablado!- Se daba ánimos. Y a toda prisa iba guardando en la caja los muñecos.
Todos los artistas se quedaron observando al animal que se iba; pero un joven, aprovechó como para romper el encanto y dijo: “¡Somos buenos! Sí, el burro tiene razón, somos buenos si no actuamos por una maldad a propósito, somos buenos, si se nos ha robado la voluntad y se nos obliga a ser lo que somos; pero podemos cambiar. Somos buenos”
-Y si no somos buenos, podemos ser buenos, a lo mejor esto lo estemos soñando, pero se vale, soñar lo bueno se vale-agregó el viejo titiritero- Yo, antes de hacer mis títeres, los sueño. Y miren, no hago mal en fabricarlos y alegrar a la gente… ¡Todos tenemos derecho a la alegría sin causarle mal a nadie!
La vieja le soltó una pedrada más a Palmerolo, pero no acertó y dijo: “Hoy tengo miedo, como si ese burro me hubiera pateado el alma. No me simpatiza ese burro”
-¿Le tienes miedo a lo bueno?- Le dijo la niña-¿Y a los policías que nos joden por qué no les tienes miedo?
-Ellos son la seguridad, ellos son la autoridad. Eso lo sé-Razonó la vieja.
Todos pusieron atención a la niña, que tirada en la arena, hacía dibujos de manos, poniéndolas en contra de las farolas encendidas que proyectaban sombras sobre las arenas. Pero tenía la mirada distante, como queriendo adivinar algo, otros seres que se movían junto a Palmerolo. (continuará)

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