Novela Palmerolo y los Naguales

Palmerolo y los Naguales. Autor. Candelario Reyes García

Capítulo I
Uno

Es de imaginar a Palmerolo que va cargado de leña, arriado por un severo mozo tolupán. Toda la semana ha servido de jumento de carga, jalando la leña de la comunidad. Es burro y no puede darse el lujo de cansarse. Si se cansa, que resuelle grueso, le queda eso. Hace seis viajes diarios. Ochenta leños en cada viaje. Cuatrocientos ochenta leños diarios. Un árbol o más, leños desmenuzados, puestos sobre el aparejo de madera y cuero crudo que no es sólo adorno en los lomos de nuestro amigo borrico, símbolo de la hondureñidad. Al final del día, sólo espera que le quiten el aparejo y la jáquima y sale a revolcarse, acto que ya es un alivio, un alto, y viene la noche en que los humanos descansan. Ese es su sentido del tiempo.
Ya libre, desnudo de ensilladas, se tira al terrero y con las patas para arriba, se revuelca como para borrarse del lomo las señas del aparejo, o para despertarse el pellejo, el músculo y el espinazo adormecido por la fatiga del peso y el azote. Así hace una gimnasia espectacular de la que sale polvoso por las volutas terrosas que se le pegan al cuero sudado y que lo hace verse hasta de colores, o como pordiosero sin pudor que exhibe la desnudez cubierta de harapos y tile, pero no sin cierto matiz de originalidad.
Tres pedos, un rebuzno y una coz; que al que no se aparte, que le caiga. Es la ironía que devuelve al mal trato del día; que, consintámoslo, es por necesidad que se trabaja y se fuerza a las bestias, que eso es nuestro buen y famoso Palmerolo. Un burro para jáquima, aparejo, cincha, carga y arreo; algunas veces a varazo ajustado. Un silbido, un ¡Alce burro! ¡Burro hijueputa, necio, arranque! Pues somos el diablo para oprimir, así seamos igual oprimidos de cuero a huesos, a quien bien nos sirve. Salvo casos excepcionales, le damos dosis más amargas que las propias al débil que nos sigue en la fila de la insidia social. Y hasta lo mostramos como petulancia y talento. Las ilustraciones abundan.
Sólo que este día Palmerolo ha estado inquieto, con reparos, nervios, respingos. Un poco zamarro y agresivo. Más miedoso que zopenco o taimado. Mira y no quiere mirar, pasa y no quisiera pasar. Hay que forzarlo. Todo el zángano día ha aguantado riata, no ha trabajado a voluntad ¿Qué le sucede? A puyón y varazo se le ha obligado a sacar la tarea ¡Algo es lo que mira ese burro taimado! Dice un viejo. Es que haragán no es Palmerolo; pero hace respingos y no es en balde, le responde el Patriarca de todos los que lo usufructúan como regalo del Presidente MEL, que se lo dio al patriarca como bestia de silla… pero necesidad es necesidad, y la realidad es determinante. Y en eso quedan, contemplándolo en silencio, como si asomaran por un postigo del misterio. Ven al burro y no lo ven, les parece irreconocible como si alguien le hubiera embrujado la testa, la mansedumbre natural.
O más bien es que no lo quieren ver así, obediente, sumiso, con alma de entrega total a la carga y la sumisión.
Palmerolo rodea los ranchos y se va a briscar los yerbajos. Muerde abajo y colea arriba, mueve la cola como un abanico de señora elegante batiendo el bochorno y resopla con el hocico antes de dar el mordisco recio y constante para llenar la panza antes de que desaparezca totalmente la luz del día, como para no comer en soledad, como para ver iluminado su mantel por la naturaleza servido. Y es así que el burro come y danza, y aunque no dance, siempre come, come y come siempre que puede, y así se hace de fuerzas y se airea con su cola y sacude sus orejas, no tanto para espantar los jejenes, las moscas de los tórsalos o los zancudos, como para oír el eco de las voces que le llegan allende de otras montañas, valles y barriadas, de amigos distantes y de borricos de otras civilidades.
Pero este día , no hay duda, está raro, algo atisba ese burro, porque levanta la cabeza, otea, una y otra vez, se mueve de puesto y anda en alerta, como si algo extraño viera o desconocidos se acercaran a tocarlo. Pero a vista simple, nada hay de eso. ¿Entonces por qué son los reparos? dice el viejo Patriarca Tolupán.
La aldea en la que vive Palmerolo y su gente, en sus cuatro puntos cardinales, restándole la abundante basura que rueda por los caminos y los patios, es tierra, polvo, casitas de bajareque, que son paredes a manera de setos de varas revocados con lodo de tierra mal batida, por eso, parecen hendidas y con apariencia sucia, además por el humo proveniente de las hornillas de leña sin chimenea, que se filtra por las rendijas, las diminutas ventanitas de las casas, o las holladuras de sus frágiles techos, la mayoría de paja, o de láminas viejas de chapa conocidos como techos de zinc.
Casitas piso de tierra que además de hospedar a una pobre y cuantiosa familia, en el hacinamiento conviven animales domésticos, chinches, ratones y otros bichos que persiguen los alimentos que allí se almacenan, como el maíz. Igual los parásitos persiguen engullir sangre caliente en la diversidad de la cadena alimenticia, tan fecunda en estos ambientes.
Más que casas, son trojes, especies de viviendas temporales de la cultura prehispánica de cazadores, pescadores o agricultores migratorios, necesitados de habitaciones de paso, para mientras, y se han convertido en aldeas de reminiscencias milenarias, en un para mientras que eterniza.
Por supuesto que esa ruralidad no conoce ninguno de los beneficios de la modernidad, si acaso los teléfonos móviles desechables, recargables, prepago, causantes de mayor hambre por el costo de su mantenimiento. La radio de transistores y la comida chatarra embolsada (harina, sal y colorante) que llega empacada en colores atractivos, tóxicos y basura no degradable, y así otros productos de la industria sintética con que se estafa y se reduce a nada a los Tolupanes: botas de hule y ropa gringa usada y alcohol. Que la Honduras rural se ha venido convirtiendo en territorio del basural.
Palmerolo goza y retoza cuando puede en ese mundo, pues no sólo es explotado. Tiene amigos, buenos ratos, gestos agradables que le prodigan, algunas caricias, agua y alimentos. Y entre sus amigos principales los niños, que lo bañan, lo corretean y lo meten en sus jugarretas. Pero además de estos amigos, han comenzado a aparecer algunos un tanto diferentes. Sólo que sus cuerpos tienen aspecto de luz, formas animales y unos colores que sorprenden a Palmerolo.
Hace una semana han venido apareciéndosele como salidos del pasto. Primero brotó una tortuga de entre las piedras, luego de los árboles voló un águila arpía, más adelante un ocelote saltó de entre los peñascos. Y una lora apareció desde los aires. Así han ido juntándose a manera de asombros y rayos de fulgor de los que no se ha dicho nada aún y que sólo Palmerolo percibe.
Este día un gato montés, una ardilla, un puerco espín y un cusuco casi hacen botar la carga a Palmerolo. De sopetón se aparecieron juntos, cercanos, juguetones, como planeando algo, fingiendo, dramatizando. Igual que lo hacen los niños y las niñas Tolupanes. Sólo que estos seres son más especiales y demasiado cercanos a mí, por eso salto, doy corcovos y tengo reparos, como si me fueran a quemar… en los segundos que cierro los ojos, por la noche, se vienen y se me pegan, tan juntitos que hasta casi siento que se me meten en el cuero. Y me asusto. Correteo y doy coces, que en la aldea han de creer que soy presa de la furia y que me he vuelto chúcaro, imposible y redomón.
Una noche de estos fue peor, porque me dejaron amarrado a un poste. Me pusieron sal y agua ¡Y para qué! El agua atrajo más a los pajarracos y a los cuadrúpedos. Allí fue cuando la Lora me habló.
-¡Hola, Palmerolo! Yo te conozco. Vos a mí no, pero a eso hemos venido, a ser tus amigos.
-Loras he visto en puta-, le dije yo. Las he visto en el valle de Comayagua. Pero para cuando dije esto, ya le había pegado como quince samaqueadas al poste intentando salir libre a trote abierto hasta ponerme lejos de allí. Cuando no me pude soltar, tiré tres pedos para asustarla, y como cien coces. Entonces habló la tortuga.
-Tené calma hermano, sólo hemos venido a cuidarte, adonde vos vayás, nosotros vamos a ir.
Y sí, tuve calma, porque había perdido las fuerzas y me temblaban las patas, la panza sudada, la cabeza más grande y los roznidos, desaparecidos. Fue la mía una calma de miedo y de no saber qué hacer; pero cuando la tortuga me dijo hermano la vi como si fuera un burrito muy chiquito viviendo dentro de un aparejo. Y pensé, a esta no la han de desensillar, ni muerta.
-Y así es-, respondió ella a lo que yo estaba pensando.

Creo que por un segundo me desmayé; si es que existen los desmayos de burro, como hay lágrimas de cocodrilos, que eso hubiera querido ser en ese momento para comerme a aquellos seres con aspecto de luciérnaga que me alucinaban y me asustaban.

Y pasó algo: Ellos se juntaron y fueron una sola luz de muchos colores, como tejida por el seno de una madre cuando concibe y pare, que así el mundo se hace nuevo, suave, prometedor. Y fui arrebatado por aquella luz. Sentí que se detuvo el tiempo.

Yo me levanté en ese momento y tiré un focazo, un luzazo; alumbré pues, hacia donde habíamos dejado amarrado el burro, porque yo, desde hacía ratos, había estado oyendo sus respingos y patadas. Pensé: ese animal o se está muriendo o tiene la rabia y va a arrancar ese bramadero donde lo dejamos amarrado. Y alumbré, como les digo, pero en realidad no estaba alumbrando, la puercada de linterna que yo andaba, no servía. La luz que vi, fue como la de unos seres, como de antiguas historias de los Toj del Tolupán, o como la de los naguales mayas, porque aquella luz me hizo ver, como si Palmerolo, yo y la aldea toda, fueran suspendidos hacia los cielos por aquella luz que producían los seres que les describo, más luminosos que el río Ulúa en las noches de luna y reflejos aéreos de luces y asuntos que ya sabemos.





















Otro día
Pero no me dejé apersogar por aquella luminaria, cerré los ojos como pude y giré despacio: me metí de regreso a la troja, así, a tientas, como ciego y tentando, tentando, di con el tapesco de varas, me fui sentando quedito para no hacer bulla; revisé a tientas el petate y me fui dejando caer hasta quedar sentado y luego me fui estirando para quedar acostado, largo, pero sin abrir los ojos, y decidí mejor hacerme como un feto, encogido, y me di vuelta hacia el rincón y allí me estuve quedito, muy quedito, queriendo saber si vivía la verdad. Casi temblando. Azorado y pensando en lo que vi. Que sabía qué era lo que había visto; pero no creía que el cielo y la tierra se juntaran ante mis ojos. Y que el burro fuera el portento de aquella maravilla.
-¡Qué todo te salga bien, Palmerolo! -Exclamé, pensando en voz alta. Pero lo hice más para espantar mi propio desasosiego en medio de la noche.
A lo mejor ni hablé, balbuceé, quizás. Y para adentro de mí empecé a hacerme conjura de lo que sucedía. Yo sé de esas cosas. Es un asunto de memoria ancestral ¿Pero qué sucede con un burro y no con un humano? ¡Eso ya es otro asunto! Y a lo mejor un desvarío de viejo que yo he tenido porque hasta estaré a punto de morir. O quizá sólo estoy dormido, soñando, o he sido arrebatado por los espíritus. ¡Este sí que es un lío!
¿Será, o no será verdad, jodidos? Me decía para mis adentros ¿Será que uno con los ojos mira la verdad, sólo la verdad, o mira también la mentira? ¿Qué miran los ojos? Oír, ya no oía nada. Había un silencio de noche oscura allá afuera, y aquí adentro en la rancha sólo se oía el resoplido de los que duermen y ese revoltijo de nada de las pesadumbres del sueño que los durmientes arrastran de las fatigas del día hacia los escombros de la noche ¡Y qué noche! Y a mí solito me estaba tocando. No me da miedo, pero no quiero tener compromisos; posiblemente ha llegado el tiempo de mi partida ¡pero no me siento enfermo! Tal vez sólo me quede dormido y así haga mi viaje infinito.
¿Sabré o no sabré yo la verdad con mis tantos años? Eso me decía en aquella situación. Y es que ya no estaba ni seguro de lo que había visto con estos ojos que no me atrevo a abrir, sólo para creer que estoy soñando. Lo malo es que en la piel, siento todavía lo helado de haber estado allí afuera hace sólo un momentito. ¿Me mentirá la piel? Y no, yo sabré que será cierto; pero sólo abriendo los ojos de nuevo y saliendo a ver, me daré cuenta si lo visto es la verdad ¿Y si no lo volvía a ver, pero había sucedido? ¡Qué porfía en la que estoy metido! Esos que están con Palmerolo son espíritus amigos, pero sólo están con él, no quieren estar con nadie más, para él es el regalo…esa es la vida. A mí me ha tocado ser sólo testigo.
Es que ya en este mundo cuesta distinguir que es cierto y que no, quién dice la verdad y quién no. Y en este pensar junto otras cosas. Llega a mi mente cómo secuestraron al Presidente, lo tiraron al carajo y dicen sus voces de mentiras, que no es verdad, y lo defiende a muerte, que ya el Presidente no es Presidente…y por allí, y tienen un hombre malo sentado en su silla. Y lo dicen en la radio que uno cree que es verdad. Y los ricos, y los poderosos, y los que dicen que saben, los que amarran la ley y sueltan al criminal… los pillos más pillos entre los pillos. Todo eso nos tiene alterados los ánimos en este país. En este suelo de conquistas en que mi pueblo, desde hace cientos de años, ha quedado reducido a nada. A despojo, a miseria de la misérrima orilla de la nada. ¡Qué sé yo! Aquí estoy hecho un bojote en mi petate, casi temblando de lo que vi…pero si lo que vi es la verdad ¡Qué me pasa! Parezco tonto, olvido, olvido y tengo miedo ¿De qué tengo miedo? ¿De que la aldea salga por los aires y que nos vayamos con Palmerolo a lo mejor donde viven los mayas? Tengo que salir de nuevo. Ir decidido. Lo que le pase a Palmerolo nos corresponde a todos. Hasta debería despertar a la aldea entera, que se enteren, que se sumen, que estén despiertos. Que vivan la verdad, así como la viven por fuerza del azote de la miseria y no parecen darse cuenta.
-¿Qué estás comiendo abuelo?
Es la voz de mi nieta que me habla, o a lo mejor es su hambre la que habla, mientras ella está dormida.
-¿Qué? -Le respondo en secreto, casi bisbiseando, para no despertar a nadie más.
-Que te oigo masticar ¿Qué hallaste allá afuera que estás comiendo?
-No como, rumio
-Eso es de animales. No te burlés abuelito ¡Dulce de panela chupás, ya sé!
-También es de viejos estar rumiando brutadas, cosas de la vejez
-¡Ay luna abuelo! ¡Qué está clarito allá afuera, hasta aquí se filtra la claridad de la luna! Y vos no digás que no, algo estás comiendo.
-Sí, hay dos lunas. Allá afuera. Eso no te conviene todavía saberlo.
-¡Quéééééééé!
Y que la cipota se sienta y hace escándalo y se despierta todo mundo y se hace el bullicio y toda la aldea se sale de las trojas, como sonámbulos hacen una bullaranga de escándalo, pero que la que se había tenido Palmerolo. Y todos para afuera. Y nada es de admirar, es de gozar.
La gente mira para el cielo donde hay dos lunas. Y se embelesan y se van a buscar un cerrito desde donde se pueda ver mejor; sólo los más viejos nos quedamos. Y miramos y remiramos que Palmerolo está allí, suelto y como bañado de luces, como para decir que las lunas se reflejaban en él, como un espejo, como otra luna, o como un pez del río. Y uno ya no sabe, pero lo cierto es que Palmerolo está luminoso, que nadie lo podría creer de no verlo. Pero allí estábamos nosotros, sólo los viejos, que de dicha vemos en lo claro del día y nadie nos creerá que vimos claridades de noche.
-Esto que sucede no es fácil- Dijo uno y le temblaba la voz- Yo siempre estuve esperando verlo, pero en uno de nosotros
-Sí, no, no es fácil, y lo es. Mira cómo brilla el burro, cómo la madre tierra así lo quiere.
-¿Fácil, de qué? -Dije yo.
-De creer- Me respondieron los dos- De creer que la verdad se nos presenta de manera tan rara.
-¡Y eso qué importa! -Dije- ¿Lo ven o no lo ven? Que yo que estoy más viejo lo veo. Lo creo y lo entiendo.
-Sí, si lo vemos, pero no lo podemos creer -Fue diciendo despacio, uno- Tampoco vos lo entendés.
-Yo es que no lo entiendo -Agregó el otro- pero eso no quiere decir, que no sea la verdad. Si los tres lo vemos.
-Pero es verdad -Les dije- ¡Palmerolo! -Llamé al animal. Y el borrico se vino despacio hacia nosotros, me olisqueó y resobó su nariz en mí. Y se dejó tocar por todos: el morro, la cabeza y el lomo. Era para él como un gozo. Y para nosotros un regalo prodigioso. Entonces nos dimos cuenta que no era cosa de las lunas, que era una cosa distinta, pero que Palmerolo tenía un brillo que nunca antes vimos, sino sólo en los misterios del bosque que eran asuntos de vigores no de este lado del mundo. No. De energía de los que se nos separan, se nos adelantan y ya conocen otros mundos.
-Ahora si quisiera montar en este burro que me regaló el Presidente –dije con vos lerda- Seguro que hasta me volvería joven.
-A lo mejor te podrías ir de este mundo -Dijo uno.
-¡Gran cosa fuera estar aquí! -Le oí decir al otro.
Fue cuando Palmerolo se apagó, así, de pronto, dejó de brillar y se fue a pastar de la manera más simple; pero allá en la punta de un cimborro, la aldea entera saltaba de la felicidad de ver dos lunas, que si eran lunas de verdad y no se atropellaban, eran como gemelas que han bajado a que abran la boca los humanos.
-Los Toj nos han traído una idea de algo -Dije para los otros- Miren, está en el cielo y se asoma aquí en el suelo. Es bueno que le pongamos entendederas.
-Los Toj, por algo han venido. Aquí, va a haber cambios y desde la cimbras de la tierra.
-Sí. Y si no lo sabemos, igual se irá el tiempo. Igual todo pasará y nosotros no habremos aprovechado la luz.
-Nunca se van –dije- Nunca, lo que pasa es que no siempre los podemos ver. El cielo o el burro, sólo sirven de espejo, como el río, el bosque o el grito de la noche. El humano es el que debe ser consciente.
-¡Hum! Nadie le engaña el pellejo a uno. Yo ya ratos me daba cuenta de esto. Lo sentía en el pellejo y los huesos desde que el burro pataleaba. Por algo el Presidente nos mandó de regalo un burro. Ese burro. Palmerolo.
-¿Y qué oíste?
-Sólo al burro y después a la cipota tuya y la bulla de todos cuando salían.
-¿No vistes el brillo?
-Sí. Dos lunas, son como dos acholes de ocote, juntos.
-¡Tres lunas! -Dijo el otro.
-Sí, tres, con el burro -Le aceptó éste.
Y nos devolvimos cada uno de nuevo a su troja. Yo me acosté y me quedé tirado allí. Sin pensar. Bueno, repasando que cuando yo salí la primera vez, sólo había una luna, que el brillo estaba, no en el burro sino junto a él. Ahora ya no sabía qué pensar. A lo mejor mañana despertaría y sólo pensaría que lo había soñado. Ya otras veces he sentido como que me salgo del cuerpo, vago por la montaña y me encuentro con los viejos que se ya se han ido. Los veo como luces de colores y recibo de ellos consejos que no se nos acurren a los que todavía debemos parte en este mundo.
-¿Pero por qué le dije yo a la nieta que había dos lunas? ¡Si yo sólo había visto las luces junto a Palmerolo y una luna!
-¿Qué decís, abuelo? -, me dijo la niña, que en eso venía entrando.
-Que me quedé dormido -, le respondí.
-Sí. Ya sé que no fuiste al bordo a ver las lunas.
-Sí - Le dije- ¡Ya duerma! que mañana hay que ir a arrancar frijoles, si no, no comemos.
-Abuelo, usted está soñando. Nosotros no tenemos nada. Nada, sólo a Palmerolo. Bueno, que es de todos…yo lo que ahorita sí tengo es hambre. El sueño ya me quedó tirado en el cerro entre el divisar de las lunas, pero el hambre, sigue aquí en mi panza.
-Duérmase entonces, así se le va a ir el hambre. El sueño se la va a espantar. Tome un poco de agua del calabazo.
Como si no me oyera se tiró al echadero aquel donde duerme, hecho de balandranes viejos. Y se le oía riendo. No sé si pensando en las lunas o en Palmerolo, pues se le escuchó roznar cerca.
-¿Estás dormido, abuelo?
-Sí.
-Yo también -. Pero me estoy riendo.
-Y yo te estoy oyendo.
-Pudiera todo esto no ser cierto-, dijo.
-¿Por qué?
-Es que no hay dos lunas.
-¿Y quién dice que tiene que haberlas, o que no?
-¡No es lo que miramos siempre!
-¿Siempre?
-Sí.
-Siempre, no es cierto.
Le dije. Yo sé por qué se lo dije. Pero es cierto, siempre es ayer. No hoy ni mañana.
-Sí.
Le oí decir.
-No vayas a creer nunca en siempre, sólo cada día tiene su siempre- Agregué- Y el siempre de mañana te toca hacerlo a vos y a los otros pequeños.
Entonces oímos ruidos de que todos regresaban, que se volvían al sueño, que era lo suyo y lo necesitaban, por eso volvían, como el sol a su madriguera. Sin duda a todos les pesaban los párpados y los pies, porque apenas se les oía, como si ya vinieran metidos en las telarañas de la somnolencia. La nieta se oía que ya dormía, y yo no quería que me oyeran ni que me hablaran. Y por si estaba dormido, no sentía deseos de que me despertaran, ni de dormirme, sólo de estar quieto en la urdimbre de lo poco que la verdad se entiende.
Y afuera, la luna. Y entre el suelo y la luna, un mundo infinito de mundos que llegaban a mis orejas. Ahora ya estaba todo en calma, entonces las luces me vinieron de nuevo. Y ya no tuve reparos, ni coces, ni pedos. Nada. Estaba de lo más sereno. Estaba entre amigos. Estoy tranquilo; pasto y ellos a mi lado, esperando que llegue el momento. Y adentro la aldea dormida. Y a mí se me presentaban los naguales de los mártires del pueblo, que han dado su vida haciendo resistencia contra el golpe.



Tres

No pudo ser otro día, ya lo hemos descubierto. Se trata de la misma noche luminosa de aquel día en que Palmerolo se encuentra con los Naguales. Estos, son la presencia de los Mártires que han caído en esta Resistencia Popular contra el militar y feudal golpe de estado.

- Hay que hablar -dijo la Tortuga, que es la líder cuando de eternidad se trata, en estas historias que van recreándose en el paladar de la cuentística popular- Hablemos para entender e iniciar el camino- y paró la cabeza, dejando la palabra a los demás.

- Debemos llevar a Palmerolo a otro lugar. Internémonos en el bosque, que es más seguro – sugirió el Ocelote. Y dio un salto hacia el tronco de un árbol.

- El bosque se verá muy iluminado y la luz puede crear sospechas ¿Cómo hacemos para que no se produzca una anomalía que termine con todo? Les hago esta reflexión, porque nosotras las loras somos perseguidas por nuestro colorido. Nuestra luz es tan evidente y atractiva, aún en la noche. O al menos en la noche de las mentalidades destructivas. Así que pueden ilustrase, de cómo nuestro bien, se convierte, en nuestro mismo mal, cuando los asaltadores nos apresan.

- La Lora tiene razón. Debemos ser cautelosos. Podemos exponer demasiado a Palmerolo y los militares son capaces de venir y matarlo. Y ya le venden el cuero a los gusanos de Miami. Matar y vender es su método, cuando no entienden las cosas, no las tienen a su favor, o sus jefes les dan órdenes orientadas a crear calamidad pública, que es su única ciencia- sentenció el Cusuco- Yo soy experto en esconderme bajo tierra, pero les aseguro; que ni eso me ha servido. Así que hoy se trata de pensar para no penar. Y pensar bien.

- Te sacan los cazadores de tus escondrijos. –punteó el Puerco Espín, moviendo apenas su cuello espinoso intentando hacer un respingo con su hocico terroso-
¡Deberíamos todos ser puerco espines!

- Somos espíritus. Podemos hacer lo que queremos. Miren- Dijo el Águila Arpía, volando alto y dejándose caer como una hoja de guaruma, tan liviana como si sólo fuera una pluma que cae mientras el viento hace su siesta.

- No se trata de eso, -tartamudeó el Gato- no somos nosotros. Es a Palmerolo a quien hemos venido a rescatar. Él es el único que está vivo entre nosotros. Y es, él que nos puede ayudar a manifestarnos para que nuestras vidas sean parte de la siembra de un futuro verdadero. Justo, tanto como verdadero. Por eso estamos aquí…para hacer un viaje hacia la conciencia del pueblo y que crezca esa toma de conciencia ¡Qué la vida es buena y que hay que llenarla de bondad, gracia y sigilo!

- ¿Podrá un espíritu de mansedumbre, como Palmerolo, ser capaz de expresarnos a nosotros, tan audaces y drásticos en nuestra resolución para que esta sociedad cambie?- dijo el Cusuco- Yo quisiera pensar que él puede y debe dar respuestas más contundentes ante esta represión que vive el pueblo, que sufren los más indefensos. No soy ya de carne, es cierto, pero no estoy satisfecho con lo que está sucediendo, en que la represión juega a los caprichos de sus artes demoníacas con libertad de manos.

- ¡Estoy de acuerdo! Ahora yo deseara ir a envenenar a los asesinos con mis agujetas de que soy portador -respondió el Puerco Espín- No se puede estar únicamente recibiendo disparos. No se para un tiro con una consigna. Ya han matado a muchos de nosotros. Hay gente desaparecida. Jóvenes violadas. Crímenes, comunes aparentemente, que son crímenes de una guerra sucia.

- Mi pueblo canta, mi pueblo no se espanta, pero no puede seguir tan indefenso- exclamó la Lora.

- ¡Explícame! Habla más despacito,- escarió a la noche con su alarido el Ocelote- sugieres que vamos a preparar a Palmerolo a que dé respuesta de guerra y no de paz? ¡Cómo ha dicho el Presidente, cómo lo ha asumido la gente y que ha dejado inermes a los sátrapas de este golpe! Pese, aclaro, a que su estupidez no tiene límites.

- Alguien tiene que dar una respuesta, aguijonazos claves directamente a los criminales. Porque se trata de golpes sucios mortales los que le están dando a la gente,-se apresuró a responder el Puerco Espín.

- No hablo de una guerra hecha por Palmerolo. Hablo de una respuesta a la altura de la circunstancias. ¡No pueden continuar dándonos muerte de manera impune!- agregó el Cusuco.

- ¿Están locos?, -largó su voz estridente El Águila- ¿Palmerolo? ¿Quieren que lo utilicen de diana de tiro? ¿No se dan cuenta que ellos tienen armas y formas en las que son amaestrados para incitar a una respuesta violenta, sembrando violencia? ¡Eso quieren ellos, que les justifiquemos una guerra! Los ejércitos están con una motivación permanente por usar la armas que poseen, antes de que es vuelvan obsoletas. Además, para justificar la renovación de sus arsenales. Si damos una respuesta así; sí aumentarán su capacidad. Y se convierten en el mismo infierno ¡qué cuando lo tocas con saña, más se agranda! Y no faltarán ni mercenarios, o terroristas que vengan en su auxilio…si ya, ahora mismo lo están haciendo, con dinero, asesores y experimentos de sus tácticas.

- ¿Y qué?-porfió el Gato- a mí que me diga la tortuga a qué me trajo aquí ¡Qué sigue! Yo no tengo ganas de opinar. A menos que quieran que me convierta en un cazador, en un felino, pudiera opinar, actuando.

- Es cierto, los malvados tienen tácticas y estrategias. Nos tienen bien estudiados. Los manuales los tienen a mano. Saben cómo, dónde y a quiénes matar- dijo una voz que no era de nagual.

Todos se vieron entre sí y repararon en quien había opinado.

- Yo pensé que ustedes estaban aquí para llevarme a mejores pastizales y para liberarme de las cargas de leña de todos los días- continuó diciendo Palmerolo de una manera que no dejaba la menor duda, de que percibía todo lo que sucedía en el mundo de los Naguales, y que, además, ya le era hasta familiar. Roznó levantando alto el hocico y parando la cola y las orejas, como si estuviera a punto de salir corriendo, pero de inmediato, volvió a sus mordiscos silenciosos al pasto ya humedeció por el rocío.

- ¡El burro, nos oye!- reclamó la Tortuga- Ustedes no están listos para cabalgar en él, porque no son capaces de hilar una idea de fondo que le haga tener la certeza de qué es lo que pretendemos alcanzar con nuestra venida junto a él.

- ¡Explícalo, entonces!- Reclamó el Gato- yo te sigo a tu gusto y tu ritmo, que tiempo es lo que más me sobra.

- No se trata de eso, -le aclaró la Tortuga, todos sabemos que nuestro privilegio de haber entrado al mundo de los naguales, se debe, a que no somos muertos simplemente, sino mártires del pueblo. Caídos desde su seno y bajo el propósito de un sueño más grande que nuestra misma caída.

- ¿Cómo lo sabés?- quiso saber el Puerco Espín

- Lo sé. Fui el primero en morir. Y a mí me dieron la caparazón del infinito, donde está dibujado el lagarto de la meditación maya. Ya he aprendido. Pero nada se aprende definitivamente, cada aprendizaje pasa por esto que hacemos ahora. Y por eso mismo soy la tortuga,- al decirlo hizo un gesto moviendo su pescuezo de abajo hacia arriba. Y los miró de manera penetrante a todos- Lo que sé, lo sabré mejor con ustedes-concluyó serena.

- Yo pensé,-pilló el Águila-que ya nuestra misión entre los vivos había terminado. Y que como en las viejas leyendas, vinimos en busca de Palmerolo para que él nos condujera por el camino que conduce al cielo.

- ¿De dónde lo supones?,- dijo, mientras se enroscaba más en el tronco el Ocelote. Yo, por ejemplo, estoy interesado en lo que propone el Puerco Espín. Yo tengo la memoria de la selva y de la sorpresa, del sigilo, como el gato y del largo recorrido para la cacería.

- Nunca borraré una idea que siempre tuve en vida: la entrada triunfal de Cristo a Jerusalén en los lomos de un borrico, -dijo como para sí misma el Águila que permanecía un poco más alejada de los demás en un tronco seco, por encima de Ocelote.

- ¡Sí, pero vos tenés alas, no ocupas un burrito para ir al cielo!-se rio de ella la Lora- Yo por ejemplo imaginaba que Palmerolo iba a ser uno más de la tropa de una aventura turística por la Honduras de las promesas futuras. Un viaje por la selva, entre los colores de naturaleza, las aguas profundas de los ríos, abundantes de pescados, de lagartos durmiendo bañados por chorreras maravillosas, y en torno, la muralla viva, gritona y musical de una foresta abundante de frutas para ir a picotear,- confianzuda la Lora al decir esto ya se había encaramado a las ancas de Palmerolo, que la recibía sin reparos.

- Yo siempre he tenido claro, que la tortuga es mi guía- bostezó el Gato, tirado entre un montón de zarzas secas- Y estoy preparado para lo que se venga.

- ¡La tortuga!- masculló el Cusuco- eso es darle largas al asunto. Como lo que hago yo, escavar y escavar y al final termino siendo cazado. Yo también tengo mi caparazón. Y como la de la tortuga, cualquier descarado anda detrás de ella para hacerse un charango, unas joyas o un tambor ¡Malvado el hombre que nos extermina!- y añadió un tanto furibundo- ¿Por eso no me explico por qué la tortuga nos guía y eso no lo podemos cambiar?

- Sí- exclamó la Lora- yo también ya estaba acostumbrándome a la espontaneidad de la Resistencia, al colorido, al gozo de cada día de saber que resistimos…ya veo, aquí vamos a hacer una especial organización.

- ¿Cómo? ¡Vos hablás mal! La Resistencia no es espontánea únicamente!- le reclamó el Ocelote- si fuera así, no se mantuviera. No creciera. Además es un asunto de conciencia. La conciencia crece en la diversidad y en la libertad de la gente. Es como una parra abonada por el arte…¡bueno, es cierto, a la parra hay que cuidarla de los depredadores!

- ¡Pucha! Yo tengo una duda también. Y miren bien que yo soy ahora un águila, de luz y de mayor capacidad que las que están vivas, porque no necesito comida. Yo, pienso, y le doy vuelos a este asunto: a algunos nos mataron en las manifestaciones, s otros después de ser detenidos por la policía, otros por encargos a sicarios y policías encubiertos…¿no se han puesto a pensar que la Resistencia debe de prever, debe de cuidar, porque los gusanos no le hagan una represión selectiva y hagan que la moral y la conciencia de la gente…?

- ¡Sí! Yo creo así también- la interrumpió la Lora- ¡La inconformidad de Puerco Espín y de Cusuco es razonable!

- Yo ya se los dije- volvió a roznar Palmerolo- las fuerzas oscuras tienen toda la ciencia del infierno, tácticas y estrategias. Ella quieren exterminar la parte del pueblo que busca el bien. Van a querer exterminar a los que piden cambios. Constituyente. Un país sin ejército, sin crimen y sin golpes…yo estoy porque vuelva el Presidente, pero a partir de allí, las cosas serían peores, en el sentido que las fuerzas oscuras, por todos los medios buscarán enquistarse, quedarse, apropiarse, golpear, actuar de manera oscura…por eso yo estoy dispuesto a hacer el viaje que ustedes vienen a proponerme.

- ¿Sabés del viaje?-se extrañó al hacerle esta interrogante, la tortuga.

- Sí, será un viaje por cerros y serranías, por escasez y hambre, lleno de sudor y de pensar para tomar decisiones sobre los caminos, o abrir caminos cuando no estén hechos. Un camino de reveses y de golpes bajos. No se les olvide que por años se ha mentalizado a la gente en el fanatismo y la falta de libertad. De no poseerla, ni de concederla, de agredir e imponer.

- ¿Cómo lo sabes? Dijo el Puerco Espín

El Puerco Espín, la Tortuga y el Cusuco habían permanecido muy juntos desde el inicio, pero no parecían tocar el suelo, como si levitaran, pero muy pegaditos al pasto.

- Bueno, para eso vinieron ustedes y se aproximaron las dos lunas. Yo no lo sabía, pero ahora lo sé. Si me preguntan, cómo y por qué lo sé, no sabría decirlo ¡Además de qué no es necesario!

- ¡Sí! -exclamo el Ocelote- y ya gran parte del pueblo en resistencia lo sabe también. Algunos hemos sido convertidos en mártires, pero la gente en resistencia se ha vuelto luz, vida, energía. Y se va templando en las marchas, las peregrinaciones, las vigilias, los conciertos, los golpes, las encarceladas, los enjuiciamientos inícuos, en las incertidumbres, en la espera. Así aprendemos. Así nos construimos y edificamos los valores que dan vida a esta convicción de patria nueva.

- Sí, hasta mí llegan las voces de lontananza. La grandeza de lo que somos, que sólo somos bichos parte del planeta; pero para suerte de nuestra modesta contribución, algunos somos de material seleccionado y vivificado por la energía maravillosa que preserva la vida y el bien…y miren que yo soy simple borrico de carga, que ustedes me dignifican al darme la oportunidad de estar en la Resistencia.

- Palmerolo ¿Haremos el viaje, entonces?- se interesó en saber el Gato

- Ya empezó- dijo la Tortuga- desde que llegamos aquí.

- Sí- agregó el Águila- nuestro mismo martirio, el sacrificio del pueblo y la capacidad de responder ante este golpe, es parte del viaje que todos en la nación debemos hacer hacia la nación verdadera.

- Iniciemos, pues- dispuso la Tortuga- que otros Naguales nos esperan, ellos están por allí, los encontraremos en el camino.

- Por eso es que vino la luz-proclamó el Águila

- Por eso bajaron dos lunas, para despertarlos- musitó el Ocelote.

- Por eso es que tenemos que caminar- aceptó el Puerco Espín.

(Fin del Capítulo I)

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