Palmerolo y los Naguales. Capítulo II

Capítulo II

Uno.

Sí uno se empina y trata de ver el tope del horizonte le sirve para decidir el inicio del camino, tal como le tocó a Palmerolo aquella madrugada. La montaña es todavía una masa sin colores. El amanecer aún como una rueda que no alcanza a llegar. Pero los Naguales indican que es el momento de partir. Palmerolo sólo conoce el camino por donde lo han llevado de una aldea a otra, o hacia los desmontes desde donde le ha tocado acarrear leña, siendo arriado, no yendo por voluntad ni iniciativas propias. Y esta vez le toca tomar una decisión, marcar la ruta.
Rozna sin quererlo, y marca así una hora que se sale de su costumbre rutinaria. Hace varios resoplidos, levanta la cabeza. Y sin pretender demostrarse como un conocedor, inicia a caminar, sólo poniendo un casco delante del otro y tomando paso, sin prisa, pero definitivo: va hacia adelante. Toma la decisión de hacerlo como si se tratara de un jumento perdido, que no sabe nada del lugar aquel, y camina. Simplemente hace un argumento de pasos improvisados sobre un suelo que espera no lo traicione. Los Naguales, sin objeción, lo siguen.
Trata de no tener recuerdos, pero por instinto se dirige hacia un arroyuelo. Para las orejas como si quisiera oír las voces del agua que le sirvan de guía hacia ninguna parte y en ruta del camino definitivo que pretenden encontrar los naguales. La tortuga alimenta la fe y la armonía del grupo. Todos van contentos. Palmerolo es de su confianza. Fe y optimismo, buen paso y al camino.
En eso, se deja escuchar la voz más hermosa que Palmerolo nunca supo que existiera antes de aquel momento. Una voz que lo arrebató y lo sacó de toda duda. Millones de decibeles aumentaron el rumor del agua, que se quiebra contra los cuerpos de las rocas, se cura en el primor de los musgos y hace gimnasia entre las lianas. Es una gloria escuchar por primera vez la escala de las gotas que desde las hojas se precipitan, de ser simple rocío, para conformar un torrente. Y en aquel sentido de agua que baja, se escucha el retozo de una pareja de ranas que bañan y cantan, gozan y se remozan bajo las espumas y los cristales del agua tan transparente que a un espejo le sería imposible de falsear, a unos ojos de abarcar su totalidad y sólo al sol debe beberse en ella su luz con la sobriedad con que un abejorro roba y regala polen en un jardín. Pese a que no ha amanecido aún, aquel arroyuelo encausa una luz natural. Y nuestros amigos pueden disfrutar de aquel espectáculo.
Todos se quedaron inmóviles para no producir ni la mínima alteración de aquella sinfonía maravillosa. El Gato aprovechó para echarse sobre su propia cola, la Tortuga, el Puerco Espín y el Cusuco se refugiaron en su interior simulando ser unos pedruscos. El Ocelote cerró sus ojos y lamió dulcemente la brisa con un gesto felino. Sólo el Águila y la Lora quedaron suspendidas como dos luciérnagas gigantes por sobre las breñas del camino y un poco más atrás de los otros.
-¿Le tememos a esa rana, para seguir?- increpó el Gato
-¿No escuchas? Su canto es maravilloso ¿Por qué hemos de interrumpirla?-, ,reclamó Palmerolo. Y de mi parte, además estoy extrañado. Ya que conozco bien este lugar, pero no me parece el mismo de todos los días. Aquí vengo a beber agua, pero por primera vez no veo el agua turbia, ni flotando en ella las basuras, restos jabonosos, ni olfateo olores venenosos que el torrente suele arrastrar. Ahora es un arroyuelo cristalino. Esto es nuevo para mí.
-¿Estás seguro? – dijo el Puerco Espín
-¡Sí! Y apenas deje de cantar la rana, para no interrumpirla bajaré a tomar agua. Estoy segura que trae sales deliciosas que ya hasta las sospecho deslizarse en mi gaznate.
Todos observaban el bello paraje. Las aguas eran limpias y abundantes y corrían agitadas por una algarabía que removía los helechos y los musgos de las piedras. Las begonias y las cañas florecidas eran bañadas por la brizna que se eleva de la explosión de las pequeñas caídas de agua bulliciosa y fresca.
Se transparentaban caracolitos, cangrejos y peces haciendo laboriosas faenas de cuidado entre las areniscas. Intensos perfumes mantenían en actividad a melíferas libélulas y otros insectos.
Y entre las pocitas, diversos bichos reverberan, y la noche parecía en aquel lugar, un canasto de jazmines iluminado por la luna más intensa creíble.
Para los improvisados caminantes, ante todo, les daba gusto escuchar el canto de aquellas ranas:
Bbrrrrr, linnnnrrriiiin beeeerrrrr, neeeennnnjjjjjrrrrrr
Gaaaannnnguuumeeee, gggrrrrrrr, reeeennnnnggggrrrrr

Respondidos en la distancia, hacia arriba y hacia abajo de aquel puesto de chorrera del arroyuelo, que en si misma contenía diversos ecos.

-¿De qué estamos contagiados para que, estando muertos, sigamos en esta resistencia? ¿Y que tengamos la paciencia de respetar hasta el canto de unas ranas para proseguir nuestro camino? ¿O es que las ranas son venenosas y tememos que nos contagien al pasar cerca de ellas?-, refunfuñó el Cusuco.
-No hay prisa- dijo la Tortuga-, que todo esto sucede fuera del tiempo.
En eso, se dejaron escuchar nuevamente las ranas:
Nnnnuuuunnnnggggrrrrr, gggaaansssttttrrrrr ggggoooolll
Ppppiiiiissss ggggrrrrrr nnnneeeeeoooorrrrrrgggggrrrr

Y en un parpadear se hizo el amanecer. Hubo vuelo de colibríes y de mariposas. Y las ranas bañadas de cristales salieron a recibir e sol y se llenó de nuevos y más pomposos colores toda la estancia del arroyuelo. Muchas mariposas y flores eran el adorno de un amanecer insólito, nunca antes visto por los ojos de Palmerolo. Y habló la rana que parecía ser la anfitriona.

-Hace muchas aguas que he esperado esta luz ¡pasen! ¡Vengan a tomar sol con nosotras a este banco de arenas.

-¿Pero está loca? -dijo la Lora-¡Tendríamos que ser del tamaño de un grillo, una lagartija o una rana, para caber todos y holgados en ese banco de arenas!

Y eso fue lo que sucedió: Una luz los lanzó en un centellar reducidos al mismo tamaño de las ranas, a ser parte del gozo de quien los invitaba.

-Estamos contagiados de pueblo- , celebró la rana, dándoles la bienvenida. Y esa voz del agua que me colma es el reconocimiento de que estamos vivos. De otra manera, pero vivimos la energía y grandeza de las aspiraciones que un día tuvimos. Yo siempre quise ser un cuidador de los arroyos. Luchar contra los venenos, contra la minería y los venenos que matan a la madre tierra. Y fui un mártir como ustedes; a cambio, la vida me dio este regalo. Mi papel es ser un celador. Y los disfruto, con el costo y gozo de que aumento en la medida que no acaparo, sino que vivo.

-Es una verdadera delicia que vivas tu agua prometida- la alabó con cariño la Tortuga- , diste tu vida y vives en una resurrección anhelada por cualquiera que lleva en sí una utopía.

-Sí, pero estoy aquí, en el primer puesto, para alentar a los que hacen este camino…vayan, salten al agua si quieren. Tomen un baño. Pueden tomar alimentos del agua; que la madre tierra siempre es un mantel generoso, servido abundante, prodigioso.

-Miau- hizo el Gato y se enroscó en lo calientito de la arena y el sol que se le penetraba por los filamentos del bello- ¡Baño, no, miau!

Todos se dieron un chapuzón, menos el Gato y el Águila. La tortuga y la Lora comieron hojas de begonia, el Puerco Espín buscó raíces que mascar y tubérculos, la Lora subió a las parras cercanas a comer frutas maduras. Sólo el Águila, el Gato, el Ocelote y Palmerolo, no degustaron nada.

-Vamos a hacer esta travesía, porque estamos vivos en la luz que nos ha tomado. Y Palmerolo es nuestro guía-, comentó el Águila.
- Nosotros estamos vivos- agregó el Ocelote-como muertos en vida están los criminales contra los cuales vamos a luchar para que no haya más mártires. Que esta paz nuestra es la paz de la no violencia, que se activa en el amor y el compromiso de un pueblo que valora su dignidad…pero tenemos alguna prisa, por eso te lo explico así de rápido.
En aquel lugar eran tan pequeños como una rana, apenas un poquito más grandes que un pez o un racimo de zarcillas. Todo se había vuelto grande. Y el arroyo parecía un inmenso río. Entonces comprendieron que las dimensiones del mundo dependen de dónde se vean y por quienes sean vistas..
La Rana les cantó suavemente y les dijo que su canto era la protesta aprendida del agua a la que el mundo tiene tan vejada.
Sssshhhhhhhgggggrrrrrr nnnnniiiiiinnnnnngggggg
Tttoooonnnnntttttoooooossssss pppphhsssgggggrrrr
Cccrrrruuuuzzzzzzgggggrrrrrnnnnuuuuujjjjaaaasssss
Mmmuuuurrrrnnnnaaaannnnddduuuurrrrrrzzzzzaaaaa
Bbbbllllliiiiinnnnnddddaaaaannnnmmmuuueerrrtttttt

Y en la medida que cantaba, una diversidad de bichitos diminutos se les pegaban en el pellejo de todo el cuerpo a las ranas, eso les producía cosquillas y las hacían gozar: las limpiaban y se alimentaban de ellas y ellas renovaban su piel y avivaban en sus colores, en un mimetismo contagioso, que hasta daban ganas de ser ranas, sin duda por la mirada del Puerco Espín y del Cusuco, arrobados en aquella escena.

-Yo estoy aquí para cuidar el agua y toda su vida-, dijo, cuando la limpieza estaba terminada- Y la madre agua me devuelve el favor en delicias. Eso para mí y para todos. Debo decir. La única verdad de todo esto, es la madre tierra. Nuestro gozo es suyo, su plenitud es nuestra dicha.

La Lora se puso habladora y dijo desde lo alto de una zarza: Es que vivir lo que uno quiere, puede y encuentra, es tener participación en el bien, en el gozo, en no dañar, en participar, dándose-Picoteó una fruta y agregó: yo me alimento, pero propago la selva. Es lo que alcanzo a entender viendo que una rana goza, se baña, toma baños de sol y con eso mantiene pura lo que pureza debe de ser. Y hace que el agua fluya prometedora y muy impregnada de vida.
-¡Por la justicia llegamos al bien! ¿No sé cómo podría lograrlo yo, que tengo que cazar ratones?- se desenroscó para opinar brevemente el Gato.
-Nosotros hemos sido desterrados, enterrados, violentados. Que la justicia no sea desterrada, enterrada, saqueada. A eso es a lo que aspiro yo- dijo el Cusuco mientras luchaba por comerse una lombriz.
-Yo tengo que alimentarme como cazador, pero sólo cazo lo que me como. Y lo que cazo, lo comparto, es la ley de la selva, que es distinta a la barbarie de los que me cazaron a mí, asesinándome después de haber sido capturado. Me mataron por medio de la tortura. Eso todavía no lo he logrado borrar. Todavía conservo señales en mi cuerpo ¿Cómo entonces, si mi Nagual es un Ocelote, he de hacer el bien, cazando para vivir?
-Aprender será también una ganancia de este camino. Mira un ejemplo, el Águila, la Lora, o cualquiera de nosotros, que bien pudiéramos ser tu alimento. Yo, como tortuga, pudiera ser un bocadillo para el Águila, que es la única que sabe cómo sacarme de mi caparazón; sin embargo, ninguno de nosotros atenta contra los otros, eso significa que nuestros instintos son calmados por la esencia de algo más grande, más generoso…¡Ten paciencia, juntos vamos a aprender!
-Aquí he aprendido yo- sonrió la Rana- que la mayor suficiencia es la tolerancia. Y así me dejo guiar por lo que fluye generoso.
-Así lucha el Presidente MEL por su regreso, como una tortuga maya- dijo Palmerolo- Él sabe que este golpe lo ha convertido en el líder de nuevos tiempos. Pese a las adversidades, o a lo mejor, gracias a las adversidades…Yo creo en eso: que hay que aprender.
- Y la resistencia aguanta, así construye nación- exclamó el Águila- Me azuzan la alas por volar hacia ella. Es un asunto ético; aunque pareciera que es una debilidad, que la resistencia no ataca, no mata, no hiere. Pero su determinación es una fortaleza. Un vuelo de Águila.
-Cerremos los ojos. Tomemos el sol y hagámoslo penetrar hasta nuestro más profundo interior. Carguémonos como una ráfaga de viento, como un manantial de optimismo. Y toda la energía que acumulemos hagámosla llegar hasta la resistencia, para que sea contagiosa y cada vez más gentes, más seres bondadosos se sumen a ella, la nutran, la renueven y la acrecienten.
Y cerraron sus ojos y se convirtieron en diamantes. Una luz de fortaleza y plenitud, resistente a toda fuerza y presión. Y en un momento Palmerolo roznó. Y el roznido de aquel borrico del tamaño de un cangrejo joven, se pegó a la piel del arroyo, se encaramó a la neblina de las nubes, refrescó el aire y tomó ruta.
Y como un sólo pensamiento la luz lo pobló todo. Y cuando abrieron en algún momento sus ojos, ya eran de tamaño normal, y no estaban junto al arroyo, ni en compañía de la Rana, estaban de pie y golpeados por una fuerte racha de viento en las alturas de unos desfiladeros solitarios. Y apenas amanecía.
Y dijo la Lora:
-La democracia aquí no existe; si existe la nación, es este precipicio, que quien no gobierne bien sus pies, se las verá de nuevo con la muerte. Porque con estas rachas de viento, volar no podría ni el Águila.
-Permanezcamos serenos- dijo la tortuga
-Estos son nuestros terrenos, -dijeron los felinos.
Y el Ocelote y el Gato se juntaron uno al otro moviéndose por los filos de aquellas rocas como si caminaran por una alfombra.
-Aquí sería bueno desterrar a los golpistas-, dijo el Puerco Espín.
-Y ponerles una roca en la cabeza para que les sirva de balanza-, agregó con sorna el Cusuco.
-Aquí, tenemos que ayudarnos- dijo la Tortuga-, ¡de eso ocupémonos!
-Esto tiene más escollos como hacerle resistencia al golpe-dijo el Águila- tal vez si la Tortuga se dejara tomar por mí, a manera de contrapeso. Yo podría elevarme por los aires y divisar el panorama. Tomar horizonte y saber hacia dónde iremos.
-¡Con gusto! mientras no me sueltes.
Palmerolo, más que un burro, parecía una cabra con sus cuatro patas juntas en la punta de un arrecifito peñasco un tanto movedizo.
- Como quien hace un asalto en el circo ¡Salta, Palmerolo!- le dijo el Ocelote.
-¡Qué tal que abajo me esperen las fauces de un tigre, como en el circo? ¡O simplemente el filo de esas rocas que hasta grifas se ven desde acá!-le respondió el burro-. No, no quiero morir por imprudente.
-¡Salta! Que esa piedra está a punto de rodar y te llevará con ella-, fue diciéndole muy despacito el Gato.
- Si te aferras a esa roca en falso, para vos se acabará la vida Palmerolo y tu nación puede ser una mentira que no te ofrece más que ser víctima de un accidente. -Así que decide, Palmerolo- le previno la Lora.
-¡Estas parado en la pura mentira Palmerolo, está atento al viento, no respires, no roznes y salta!-Volvió a insistir el Ocelote.
-¡Agua!- exclamó, muy asustado Palmerolo y no tuvo ánimo ni de tirarse un pedo, pese a la desazón.
-¡No hagas fuerza, ni hables!-, insistió el Cusuco, que poco a poco se había ido moviendo hacia donde estaba Palmerolo. Y de cerca lo seguía el Puerco Espín.
-Ni la fuerza militar, ni las mentiras del criminal que se autonombró presidente me han hecho temblar, como tiemblo ahora-, dijo la Lora. Palmerolo puede morir.
-Si Palmerolo se nos muere, hasta aquí llegamos-, dijo la tortuga.
Entonces fue cuando el Águila voló y tomó de las crines a Palmerolo, para mantenerlo erecto. Igual hizo la lora que lo tomó de la cola. Ambas aleteaban en contra de un viento que hacía caracolas en ráfagas de tornados momentáneos. El Cusuco ya había llegado junto a la roca y la acuñaba. Saltaron también los felinos y el Puerco Espín casi de arrastras también se unió al equipo de salvamento.Y entre los cuatro suspendieron el peso de aquella roca, sumado el de Palmerolo.
-¿Y ahora qué?-, le dijeron todos en coro a la Tortuga, que, estupefacta, los observaba estirando el pescuezo y templando las patas, como una baletista casi a punto de desarticularse y ser nada más un glifo inamovible, en las aristas de aquellas rocas de vientos y escabrosidades de muerte.


Dos


Y la tortuga se dijo así misma: “La mentira, la saña y las falsas expectativas no pueden ir con nosotros, pero yo sin ser falsa, he dudado y mis amigos no” porque quedó admirada de la iniciativa de sus compañeros de auxiliar a Palmerolo en aquella situación casi absurda en que estaba colocado sobre una piedra falsa, a manera de piedra de sacrificios en la cima de una pirámide surgida de la nada; que es una manera de referirse a algo que aparentemente no existe, pero que de pronto nos sorprende en la vida, casi siempre para cambiarla de manera radical. Era aquella una situación inesperada, pero real y necesaria de resolver; era de esos momentos que uno no sabe que van a ocurrir y ocurren y aún estando en ellos, no se alcanza a tener explicación de la naturaleza de su origen, pero que sí fuerzan la urgencia de resolverlos bajo amenaza del más grande peligro, tanto que la vida pende de un hilo invisible, frágil.
Ella se había paralizado y por un momento dudó, si reír o gritar, al ver a Palmerolo en una actitud casi acrobática, de equilibrista al sostenerse en aquella situación no de circo, sino de la vida real-Inicialmente intentó decir algo, pero no le salió la voz, ni pudo moverse; se había llenado de terror ante la amenaza de que muriera el único vivo entre ellos; mientras que sus compañeros actuaron súbito, no lo dudaron, se impulsaron hacia adelante y llegaron definitivos junto a él, confiando en sí mismos que lo salvarían; quizá hasta sin saber cómo, pero fueron audaces, intrépidos, generosos. Y actuaron en equipo, como en una dinámica que ya había sido prevista, cuándo no era algo que se sucedía por la razón misma de sus capacidades individuales, o de contar con algún tipo de entrenamiento, sino un mero asunto de solidaridad con el que estaba en peligro. Mientras ella, estaba allí, paralizada, como una silueta tonta, bien un guijarro de tropiezo de aquel relieve rocoso, tirado por accidente y casi sin entender lo que los otros hacían; que sin saberlo, ya conformaban un conjunto maravilloso, una figura animal y pétrea, hasta digna de conservar como un artilugio cómico por un fanático de lo insólito: Se trataba de la monumental figura de un risco acuñado por un gato, un ocelote, un puerco espín y un cusuco. Sobre la piedra un burro, en la cabeza de este una águila agitando las alas, y en la cola una lora, igualmente agitando moviendo sus alas para suspenderse en vuelo.
La imagen, inmediatamente que tomó ese dinamismo, igualmente se rompió. Tras la actuación de los otros Naguales, por instinto, Palmerolo al sentirse auxiliado, no por ello seguro ¡saltó! Su reflejo y temerario irracional de cuadrúpedo, ejecutando un torpe salto, se lanzó con energía por sobre la roca y cayó, apenas rosando en la siguiente vértice rocosa y así fue de salto en salto, de un pedrusco a otro, movido por la inercia de su dinámica inicial que se aceleraba progresivamente tanto como iba saltando, tanto, que a su vez arrastró los cuerpos de luz de los Naguales, como una fuerza centrífuga que iba saltando en alocados movimientos de equilibrio y gracia ,y por momentos, ondeándose como una cometa de cola corta impulsada por un viento chocarrero, que casi lo llevaba a punto de caer en los precipicios, pero igualmente como barrilete juguetón, también de un coletazo, alcanzaba a reponerse a la altura necesaria para un nuevo impulso. Y así se le ve ir, abismos hacia abajo, como bajando por un sendero hecho nada más de aíre y enredado en laberinto sobre los entornos de las afiladas crestas.
Palmerolo no es un animal de trote abierto, es un borrico casi mostrenco, lerdo de movimientos, pero en las circunstancias por sobrevivir, la energía de su cuerpo se transformaba y lo hacía verse como una bala, un cometa, seguido por el haz de luz de los Naguales. Y así lo fue llevando su propio viento de apremio, cuesta abajo en aquel despeñadero donde no había trochas, muchos menos caminos definidos, sólo riscos y obstáculos que vencer. Precipicios. Algunos los saltaba, en otros rebotaba y en lugar de rotar, parecía imitar a un borracho que se impulsaba convertido en un bailarín o un acróbata de los aires más locos que nadie pueda imaginarse; eran aquellos como aires de muerte, que él, proceloso los navegaba, tanto que parecía una bola loca que rebotaba en cuerdas suspendidas del arco de la nada, una exageración proveniente desde los mismos pliegues de las nubes, o un alud con patas, cola y orejas ocurrido de aquellas crestas del viento. Pero sólo él sentía que era un burro amalgamado a la invisibilidad de los milagros que le permitían, seguir vivo y en avance, sin más sentido, que el de estar allí y poder sobrevivir.
Y fue viniendo laderas abajo y los Naguales con él, aunque él no sentía ser él mismo, si no un espíritu chocarrero yendo más allá de lo que se lo permitía su propio juelgo. Finalmente logró caer amontonado, como un bulto torpe al que le había dado por volar, aterrizando en una estrecha oquedad, a manera de reducida terraza en la falda de aquella montaña de rocas.
Y permaneció allí casi hundidos sus resuellos en la miseria del amontonamiento de un atolondrado cuerpo vuelto simple fardo de cuero, cascos y hocico abierto y lleno de tierra y babas gruesas, casi ligas de bilis, al límite que ya no parecía un burro, sino una pura dolama de cuerpo y una bola de pelos cubierta de polvo.
-Pero no está muerto, ni herido- se alegró al palparlo el Gato.
-Y de qué servirá, si nunca logrará levantarse de allí- dijo olisqueándolo el Puerco Espín.
-¡Vos siempre deprimido!- bufó el Cusuco-¡Está caído, pero se levantará y con más convicción, mira todo lo que ha vencido! ¡Ha vencido a la misma muerte!
-No tenemos prisa, esperaremos, cuál es la ansiedad, dejemos que fluya la vida-les sentenció la Tortuga.
De la caverna provenía una brisa mansa, fresca, que se caracoleaba en el cuerpo de Palmerolo y lo iba limpiando progresivamente del polvo. Y allí permanecieron lo que tarda el sol en caer desde el cenit y volver a teñir el oriente de colores acaramelados, casi hasta la media mañana siguiente.
Palmerolo había estado casi muerto, trincado contra aquella hornacina estrecha de las laderas; pero se sintiéndose acompañado y cargado de la Energía de sus compañeros de aventura. El Águila lo había estado refrescado con su movimiento de alas para aumentar los efectos del aire, y el resto de acompañantes se le pegaban al cuerpo para calentarlo y pasarle sus energías. El Cusuco y el Puerco Espín le daban aliento y le hacían cosquillas.
Él volvió a vivir, soñando, cuando la vez que un helicóptero lo subió por los aires. Que fue vendado y maniatado. Luego sintió que sólo era como un bulto de carne que era hatada a una red y lo llevaban hacía un punto de las montañas. Pero luego, en el sueño mismo, aquel viaje se convertía en una pesadilla, en que lo golpeaban con palos y lo hacían manteca y chicharrones para que comiera un burro que estaba junto a él, y que era él mismo; pero, burro, no come chicharrones, menos de burro, y en uno de esos rechazos que sintió por lo que le obligaban a comer, hizo un gran resuello, un resoplido que le renovó totalmente el aire de los pulmones.
Soñó: porque los burros sueñan, no sólo roncan como los cerdos, no se echan a engordar y a hacer gases oprobiosos, hedentinas y chillidos insoportables y con eso creerse los consentidos del corral; hasta que viene y son pasados por cuchillo. Sonó y gracias a esos sueños es que reaccionó e iba haciendo escaramuzas tratando de reponerse; vanos intentos al inicio y fuertes propósitos, posteriores, como sonámbulo intentando incorporarse.
Los Naguales se animaban y hablaban para que los escuchara. Y además, por lo que ya sabían, que todos los ecos que llegan a las orejas de Palmerolo, le llegan también a la resistencia para animarla en su conjunto de bienaventuranza invencible.
-Esta travesía nuestra es una caminata de luz. Nos sacaron de la vida, pero no podemos renunciar a la luz, por duro que sea entenderlo y llevarlo- oyó que decía la Tortuga a los demás. Entonces abrió los ojos, dio un resoplido y se paró de un estirón, pero volvió a caer de bruces: resopló, pujó, se dejó ir un pedo largo y monótono y así de una vez se repuso. Se afirmó con sus patas delanteras e hizo una sacudida y resopló fuerte esta vez. Se sacudió tres veces y rebuznó. Había amanecido para él, aunque ya el sol lo calentaba muy a gusto y con la fortaleza de un cercano medio día.
-Repasó las imágenes de sus compañeros presentes y hubiera querido saber sonreír para agradecerles, pero sólo alcanzó a bajar la cabeza, mover las orejas, resoplar y escardar con una pata delantera, en señal de gusto en ese momento de reencuentro.
Como si sólo eso hubiesen estado esperando, los Naguales se introdujeron a la caverna y Palmerolo los siguió de lo más natural, cojeando a penas, con paso sigiloso, pero seguro, se ocupaba de querer hacerlo bien, que no se dio cuenta que se iba sumergiendo en un circuito de sombras y oscuridad. Hasta que topó con que era el interior de aquel mundo, una estancia de muy pocos ruidos, de un oscuro tan intenso, que sólo alcanzaba a ver la sospecha de la nada sobre la que sin embargo caminaba, porque delante de él iban los Naguales, él los sentía, no los veía, ni veía su luz, pero confiaba en ellos, y ellos iban allí delante de él, como un presentimiento, una corazonada que iba delante y él, los seguía.
Escuchó chillidos y vuelos de murciélagos y sintió que pasaban veloces junto a él. Había un olor acre y sentía una humedad caliente por momentos y muy fresca, otros, y en la dirección de donde parecía provenir esa corriente fresca, parecía que se dirigían, como si esta los jalara como única orientación natural existente.
-¿Por qué luchamos siendo muertos, por la libertad de otros? ¿Por qué vamos en lugar de regresarnos?
-Porqué nuestros huesos no descansarán hasta que no exista la nación para ellos, una nación que los vuelva al polvo y que eso tenga sentido.
Se decían en la oscuridad los Naguales y la voz era como un destello, por eso no paraban de hablar, reír y vacilar mientras caminaba,
Por momentos había destellos como si las estalactitas y las estalagmitas parpadearan al paso de los visitantes, o como si la cuchilla de las alas de los murciélagos destellaran sus filos, para, al volar no se captados por nadie.
-¡Esta travesía nuestra es una aproximación de nación de huesos, de patria…construcción? ¡ja,ja,ja. Mucha teoría. Están locos! – Decía la Lora
Nos estamos metiendo en el fondo de una olla de teorías, hay sustancia- decía el Puerco Espín.
-Del fondo de la tierra que nos toque, de allí sacaremos la legitimidad, ja, ja,ja, ja -le respondía sonriendo el Cusuco, y agregaba- te imaginás que estando muerto nosotros, cuánto luchamos ¡cómo no van a luchar los vivos por darle sentido a sus huesos!
-Sólo el derecho a la libertad nos dignifica y nos faculta a que hagamos esto,-dijo la Tortuga, molesta de ver que agarraban como juego lo que hacían de manera seria-y la libertad, vale para vivos y muertos.
-¡Hay que reír un poco de nosotros, perdidos aquí!-replicó gozosa la Lora
- Sabemos qué queremos, pero no sabemos por dónde vamos- dijo el Ocelote.
-Pero la libertad es un recorrido que el pueblo ha emprendido, muy parecido a esto, entre la oscuridad; quizá guiados sólo por eso, por la oscuridad que representa una necesidad de luz: saber a dónde van, qué es lo que quieren, se sabrá cuando lleguemos- dijo el Águila
- Sí -dijo la Lora- este no es lugar para volar y yo ando aquí porque quiero volar- y se puso a reír.
-¡Ah, pues no vuelan los murciélagos!- le respondió el Puerco Espín, siempre irónico.
-Nosotros deberemos acompañar a Palmerolo que tiene que salir de ésta y nosotros con él- impuso la Tortuga
-¿A quién?- preguntó el Gato
-¡Al pueblo-dijo el Ocelote
-¡A Palmerolo, necios!- rezongó la Tortuga
-Ji, ji, ji, ji,- rió el gato- Es bonito ponerle pimienta a este camino para que Palmerolo no se aburra.
-Más bien, para que se desaburra- agregó la Lora
-Es que la alegría es el toque, la gracia, - Clamó el Gato-para no sentir el camino, por duro …
-Oscuro, no tanto duro-lo interrumpió la Tortuga
-Sí. La alegría es lucidez, gracia, estar bien aunque se esté jodido-masculló el Cusuco
-¡Alegres, no importa la adversidad! ¡O, alegres, para derrotar la adversidad-Cantó la Lora- ¡o, adversos a la adversidad!
-¿Yo me pregunto si cómo mártires deberemos guardar odio por aquellos que nos asesinaron? ¿O gozar de saber que son tan miserables, pero que a ellos también los liberará el pueblo a quien ellos niegan y reprimen?- Cantó con potente voz el Águila
Y al decir esto, una luz apareció de golpe a manera de gran puerta que se abrió y les mostró un terreno llano, un edén, la naturaleza en pleno con todos sus colores, sonidos, aleteos, aromas y formas dinámicas. De primera vista era un frontón de árboles de Carreto, que es el árbol símbolo maya.
Se pasmaron y como un saludo ante tanta belleza, dijo la Tortuga:
-Palmerolo caminará. Nosotros estaremos junto a él. Estos son los prados que a la vida hay que devolver para bien. En estos prados nos toca hacer a lo que hemos venido.
Se habían desplomado las paredes de la oscuridad y rompió la luz aquellas montañas, como lo hace con los párpados que despiertan cada mañana y rompen toda sobra interior.
-Esto es como un retorno a algo que no conocemos, pero que nos pertenece-rugió potente el Ocelote.
-El pueblo no sólo espera el retorno de lo viejo, sino su propio retorno a la felicidad de no dejarse, de no olvidarse, de no negarse y ser feliz- dijo, lenta, muy lentamente, Palmerolo. Y agregó -Yo tengo que aprender la ternura que manifiesta la Tortuga, para poder caminar por ese prado. Yo no estoy preparado para hacerlo.
-Todos deberemos aprenderlo de todos-Le respondió la Tortuga.
-¿Cuál es la señal por dónde emprenderemos el camino? ¿Hacia dónde vamos?- Preguntó el Puerco Espín
-Vamos hacia el inicio del camino-le dijo la Tortuga mirándolo profundamente, como para calmarle su permanente inconformidad.
Ante ellos se abría una alta empalizada colmada de lianas, helechos, algas, líquenes y bejucos que iban en todas direcciones. Hongos, malvas, lirios y flores daban un espesor de color y aromas a aquel sitio, bañado por una breve niebla traspasada como una cortina por los rayos de un todavía matutino, como si el tiempo fuera un juego de dados manejados por el capricho de cubiletes alocados.
Luz y vuelos, colores y movimientos y música de piidos, chirridos, acordes y precipitaciones de cataratas, era la levedad que volvía aquel lugar un ensueño.
-¿Deberemos regresar a nuestro dolor inicial?- rió -¿O meternos a ese paraje maravilloso?
-¡No! Deberemos resucitar. Ese es nuestro camino-le dijo sin despegarle la mirada -A lo mejor ese sea nuestro camino, a lo mejor…
-Soy humilde, pero temo hacer ese recorrido. El bando de los criminales me puede matar dos veces. Ya miro sus ventanillas de crímenes hiriéndome todo mi cuerpo-dijo el Ocelote.
-¡Tendrá tanto poder el mal, que cuando estamos ante lo desconocido, no importa cuánto de bello sea, el mal nos hace dudar!- reclamó el Gato
-Sus poderes son feudales. Aunque no sean tan grandes, son cerrados como murallas y fríos como calabozos infernales. Feudales e infernales, porque no sienten el dolor de los que sufren- dijo el Águila.
La luz del bosque, su frescura, sus aromas y sus colores lo volvían cada vez más atrayente.
-Como si fueras por caminos diferentes hacia patrias o naciones diferentes, así se nos presenta la realidad-olisqueó el Gato, con una voz que se les pegó como un presentimiento grave.
-Por eso deberemos aprenderlo entre todos, para saber que todos, mientras no perdamos la luz, seremos útiles a la fundación de la patria, que es lo que al final perseguimos- recalcó la Tortuga.
-Esta es una lucha pacífica, porque nuestras manos, que no cargan piedras, ni azadones, ni machetes; nada podrán hacer contra los fusiles, ni tampoco contra la aridez. Por eso, es que hoy a nosotros se nos presenta este bosque, como una promesa, que hasta parece irreal, pienso yo- sentenció el Ocelote-porque nada le podemos alterar.
-No es irreal, la utopía no es irreal, por eso lucha la gente toda una vida. La gente que se declara gente y vive por una razón de vida verdadera- y agregó la Tortuga-Yo a este bosque le llamaría, Tamayo, en honor a esos que luchan siempre, llámense Bertha, madres o abuelas.
-¡Sí, dijo alegre la Lora- tal vez poniéndole un nombre conocido, nos sea más fácil ir por él. Por eso vamos haciendo esta marcha de luz, porque por ella morimos, porque de ella somos. Y así será como Palmerolo nos lleva a encontrarnos con el pueblo, yendo por un lugar que ya se nos está volviendo familiar.
-Por suerte no vamos a poder hacer paro por hambre- ripostó el Puerco Espín-que andaba un poco alocadito y feliz presintiendo la variedad de alimentos que sin duda se toparía en aquel bosque.
-¡Sí! Palmerolo tiene que comer y beber. No debemos olvidarlo. Eso nos permite que debamos cuidar lo que está vivo-afirmó la Tortuga
-Esta marcha no es parcial, es lo bueno. La vida. Por eso es la luz y la inocencia de Palmerolo que nos acompaña. Palmerolo es limpio, inocente, pero no tonto, no ignorante ¡Bueno, ya, hagamos camino! –incitó el Águila.

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