Capítulo II
Tres
Palmerolo sintió el ímpetu de hacer un rebuzno prolongado, propio de su instinto de macar las horas con puntualidad, y justo al hacerlo, se produjo un leve movimiento de tierra, a manera de alfombra que se desliza al contacto del paso suave de un borrico. Y bajo sus cascos, apareció un sendero que, al iniciar a caminarlo abrió una nueva parcela insospechada de aquel mundo donde se encontraban, ya un poco más a su gusto, pero a la vez, todavía repletos de incertidumbre: Palmerolo se quedó expectante ante un espectáculo singular, viendo como se abría ruta un río caudaloso, que aparecía de pronto y franqueaba el límite de aquel frondoso paraje que ya los tenía tentados y que ellos veían como el mundo más próximo a conseguir. Ya que pensaron que sería asunto de dar unos pasos y verse dentro de un paraíso.
Hasta hacia unos momentos todo parecía estar al alcance de la mano; aparentemente, pues la verdad, el contacto había sido óptico, sólo visual y la proximidad no era tanta, sino conforme a los caprichos de la luz que llegó a sus ojos, ya que si se le podía observar con amplio panorama, significaba no estar del todo tan cerca. En realidad estaba próximo, en lo relativo a que estaba allí, ante sus ojos y se había convertido en una tentación, un anhelo; sólo que había que llegar hasta él haciendo una corta jornada, que de pronto, se veía franqueada por un impetuoso río. Un río que ya se había instalado con todos sus acordes y la orquesta variada de flora y fauna que le hacen cortesía. El umbral de aquel paraíso venía a ser ahora ese río y sus riberas, como si se tratara de un escenario que sólo había estado dormido, y que al abrir el telón de la iniciativa de ir hacia el paraje pletórico, reciente; recuperaba la magnitud de puerta de entrada, de foso de castillo, sólo que sin aparente puente levadizo por donde superarlo.
El afluente era dinámico en todos sus aspectos. Las aguas surcaban por un cauce que sumaba despeñaderos de provocadoras caídas majestuosas en la que el agua se descolgaba hendida por crispadas y brillantes rocas, en cuyo choque se producían efectos musicales, ruptura de cristales que pulverizados se insertaban en la luz solar y hacían caracoles rápidos y fugaces, que se integraban a diversidad de arcoíris caprichosos a manera de galaxias pequeñísimas. Una bruma permanente baña las orillas en las que descollan virtuosos helechos con formaciones palmáceas sugestivas, igualmente lianas, florecillas y matones de juncos y tules, que igual sus raíces sirven de madrigueras a ranas, salamandras y arácnidos, como sus tallos, a diversidad de insectos en permanente actividad de vuelos cortos, saltos y apareamientos. Las verdecidas luces de los líquenes y las esporas son parte de la explosión majestuosa de aquellas caídas, cortinas y broqueles de aparatosidades barrocas.
Igualmente el río, como melena caprichosa de una mujer tendida en el pasto para ser acariciada por el día soleado, se convierte en rápidos laberínticos seguidos de adormecidas posas, algunas habitadas sólo por el ojo de un remolino y otras plenas de peces perezosos disimulados en las rocas, sólo a la espera de hacer presa de los descuidados pececillos más pequeños. Y en leves accidentes, a los márgenes, cercanos a los grandes bancos de arenas y grava, juguetonas chorreras, movidas por abundantes camarones y cangrejos, que cavan sin cesar alimentándose de los huevecillos y larvas de la vida que plena fluye por aquel platillo siempre dispuesto a tan rotundos comensales.
El agua es un confín de contrastes para una sola armonía, no obstante la abundancia hacia de aquella diversidad una muralla de sorprendente peligros.
El tema era pasar, ir al otro lado donde fascinante guarda el bello paraje; pero el río en sus orillas es reguardado por iguanas, lagartos y más de una serpiente oportunistas en busca de sapos o peces dormilones; con suerte, hasta enfrentar a un roedor u otro descuidado a animalejo igualmente sagaz. Y por qué no, una comida más ostentosa, como un borrico casual para las anacondas que se tendían perezosas a las orillas, tentando a los lagartos.
Palmerolo se desplazaba al margen de aquel río con la luz de los naguales en sus ojos y la alerta en las patas para reaccionar ante cualquier imprevisto, porque no había venido hasta allí para ser víctima de ningún accidente, mucho menos para convertirse en bocado de una fiera.
-Es natural que esto sea así, es un lugar desconocido-iba diciendo la Lora- Ya sabemos, cada historia tiene sus torsiones y contorsiones ¿quién iba a pensar que había aquí un río celando estos parajes? Verde, todo verde y de pronto aparecen nuevos colores hasta en mi plumaje.
-¿No ves que es parte de la disposición de la naturaleza?- refunfuño como siempre el Puerco Espín- lo bueno es que aquí hay lombrices y gusanitos sabrosos para engullir ¡Ya estoy alegre! Me gusta el lugarcito. Si me mordiera a mí una fiera de estas se vería obligada a escupirme. jijijiji, es que soy venenoso.
-A mí- dijo el gato- este ambiente me hace ver que no serán pocas las dificultades que encontremos. Y pienso en el origen de todo, como para no volver al viejo cauce que nos provocó esta ruina. Estoy aquí, pero no me abandona lo que le pasa a la gente allá donde antes fuera mi realidad. Pienso en el golpe del que provino nuestra muerte y que los ricos ya lo sabían. Pienso en las desgracias, no como una condena, sino para llevar la patria por un nuevo cauce. Y es entonces cuando se me afirma la convicción de que debemos atravesar este río, porque no hay duda: al otro lado debe haber respuestas, donde haya justicia, bien y paz para la gente. Toda, sin excepciones. Que no haya sorpresas de peligros y hostilidades, que no nos lleven a cosechar la esperanza que abrigamos en el corazón.
-Sí- asintió Palmerolo- en tan poco tiempo me ha tocado vivir la vida con tanta intensidad, y a ustedes, hasta el grado de perderla. Yo debo conservar la mía y dejarme llevar, para conocer por anticipado la patria buena que fundará mi pueblo.
-¿Y eso cómo lo sabes? –se sorprendió la Lora.
-No sé, algo me lo dijo en mi interior y lo he compartido con ustedes-hizo un breve silencio-No olviden que a mí me llegan de lejos las voces de mi pueblo, su poesía, su canto, sus conversaciones. Se producen en mí como ecos de las montañas. Y van en aumento, en la medida de que el pueblo lucha.
-Tenemos la luz, pero no tenemos la vida-dijo el Ocelote-Sólo te tenemos a vos por vida, Palmerolo, pero tienes que llevarnos al otro lado, allá tendremos vida. Eso lo podemos leer en tus ojos.
-¿Volveremos a nacer?- interrogó emocionado el Cusuco, casi saltando.
-Resucitar es mejor que nacer- pilló el Águila-al resucitar tendremos vida y conservaremos la luz. Y vos podrás ser a tu antojo: Águila, Lora, Tortuga. Y yo: Cusuco o lo que quiera, podré igual volar que nadar. Eso es el paraíso, eso es resucitar.
-Nuestra luz tiene que ir por sobre el umbral del espejismo de la muerte. Del crimen. Del asalto- añadió el Cusuco.
-La dramática fuerza de la muerte, de los medios de radio, prensa y la televisión, que son el alma, la visión, la oscuridad, el detrás de la cámara y del micrófono, de la negociación turbia y el enriquecimiento por fraude y la idea esencial del crimen. No olviden lo que nos mató. Eso es lo que tenemos que superar-dijo el Gato
-Porque la acciones del demonio no sólo dependen de sí mismo. Su expresión bestial en esta tierra lastimosamente tiene los mismos huesos de los dioses del dinero- dijo de sopetón el Puerco Espín- Mirémoslo claro, pongámosle alas y expongámoslo a que todos lo vean. El demonio tiene micrófonos y tinteros.
-¡Guat! Me asustás con tu catarata de palabras- se estremeció al decir, el Cusuco- pero tenés razón, en nuestro camino, no podemos obviar, las causas del mal.
-La palabra posibilita caminos- le sentenció el Puerco Espín-yo no quiero asustarte, lo que pasa es que no puedo callar mi verdad. Hoy que somos luz no la podemos callar, porque diciendo la verdad de todos, construiremos la verdad para que no haya más un mundo de mentiras porque la verdad se calla…la verdad se hace de la suma de verdad que le vamos agregando cada uno con honestidad.
-La palabra puede ser luz, o umbral de muerte-se dejó oír de la Lora con una voz un tanto apagada-que bueno que somos Naguales, que no somos cadáveres. Es lo bueno de haber luchado por el bien, que uno tiene otra oportunidad, que no tienen, los que se entregan a la oscuridad.
-Es cierto todo lo que dicen-Rebuznó Palmerolo-pero yo quiero entender cómo es que vamos a cruzar este río, que si se han dado cuenta, en la medida que lo evitamos, pareciera que se fuera haciendo más grande…bueno, no sé, miro cambios… pero a decir verdad, me preocupa que llegue la noche.
Y al decir esto pudieron todos asomarse a la orilla del río donde se formaba una breve ensenada libre de bichos y con agua clara y mansa, donde Palmerolo pudo beber a su gusto y luego resoplar para hacer ver que le agradaba. Y el río se dejó tomar y hubo como una variación en la música del ambiente y la selva pareció hasta acercarse un poco más.
-La historia es una sucesión de tiempo, palabras y poderes acumulados. Tenemos que empeñarnos en vencer este río-clamó el Ocelote-si se dan cuenta, él sabe que a eso hemos venido.
-Sí pero si nos acercamos una de las fieras que lo cuidan pueden dar cuenta de los huesos y el pellejo de Palmerolo ¿Cómo atravesarlo sin correr riesgos?- agregó el Gato
- Con el miedo seguimos arrastrando los mismos fantasmas. Es cierto, los poderes de la muerte tienen hoy bajo su voluntad a la patria, como asustados nos tiene a nosotros este río-dijo el Puerco Espín mientras procuraba aplastar una multitud de arañas que se le cruzaban entre las patas, sin lograrlo y ellas sin determinarlo.
-Aquí tenemos que hacer un alto y tomar una decisión- les propuso el Águila- Miren, yo volaré alto, lo más alto posible de tal manera que pueda divisar el panorama, verlo y estudiarlo bien, así entre todos podremos contar con un mapa, una idea, una forma concreta, que nos permita diseñar una estrategia para ir al otro lado. Hacer el mapa de nuestra travesía.
-¿Será que este río es malvado que no nos deja pasar?- preguntó el Cusuco-Me gusta lo del mapa. Pero no creo que lo pueda hacer solamente el Águila.
-No, -dijo la Tortuga, que hasta aquel momento había permanecido callada- el río fluye, simplemente, fluye, y no hay que verlo por aparte del paraje que buscamos. Y desde el momento en que estamos aquí, no nos veamos a nosotros por aparte del paraje. Ya somos parte de él ¡El asunto es como llegar a donde queremos y no quedarnos aquí como simple alimento del río y de sus bichos!
-Sí, -asintió el Puerco Espín-antes de que el Águila vuele alto a decirnos todo el panorama, pelemos los ojos nosotros aquí. Atentos y miremos el panorama desde donde estamos, tal como estamos, y viendo lo que somos dentro de esta realidad.
-Y además, no miremos al río sólo como agua. La vida del río es todo él- agregó la Tortuga-No miremos sólo agua donde existe un universo entero.
-Sí. Eso, es - confirmó para sí mismo el Cusuco- al río tampoco podemos verlo por fuera del paraje. Así, al subir el Águila tendremos las dos caras de este panorama, de abajo, de arriba.
-Tendremos algo importante que dialogar. Y haremos un mapa; nada perfecto, por supuesto, pero un mapa sirve para perfeccionarlo en el camino. Eso quiere decir, que él es principio del camino. Ahora ya estoy entendiendo mejor en lo que me he metido- expresó de manera segura y muy complacida, Palmerolo.
-Y así podremos verlo desde adentro y en toda su magnitud-se relamió el Gato sus bigotes.
-Ese ya será un gran recurso a nuestro favor- gozó Palmerolo, al ver que ya avanzaban, y que con sólo decir eso, el río parecía achicarse un poco y hasta ser menos peligroso- ¡Un recurso a favor, es un medio de dominio!-concluyó.
-¡Vamos haciendo soberanía!-se burló la Lora- Ahora ya hasta tengo nuevos colores en mi plumaje.
-Pues no te burles, porque es verdad-le rezongó el Gato que se le había encaramado muy confianzudo, en los lomillos a Palmerolo.
-Comunicación, tecnología, negocio, mercado, poder, ha sido la pérdida de nuestra soberanía, la pérdida de nuestras vidas, por eso es que hay golpe, por eso es que nos han matado- sentenció con gran pesar la Tortuga-Y este río, puede parecerse mucho al gran poder en contra nuestro, si no aprendemos a verlo bien, para poder atravesarlo e ir al otro lado.
-¡Es un recurso, que como puede ser a favor, puede no serlo! Eso es cierto-convino el Cusuco.
-Un medio de dominio o de dominarnos-calculó el Puerco espín- si no abrimos bien los ojos, nosotros mismos nos metemos en la trampa.
-La luz es una gran ciudad. La sombra es una muralla. Miren que sin todavía haber volado, nuestra luz nos hace estar viendo el panorama ¿Estoy más pensadora que nunca? ¡Una Águila filosófica!
-Y el río, se está poniendo menos bravo- les informó Palmerolo- ¡Qué cosa! tengo la sensación de que la oscuridad guarda apariencia de luz, mientras logra anularnos totalmente.
Y todos vieron que sí, que el río seguía allí, tal como cual en su magnitud, pero que ellos estaban aprendiendo a verlo con otros ojos, como si ellos crecieran, pero el río no, aunque tampoco abrevara su caudal.
-La palabra es una tranca o puede ser una puerta que se abre, para entrar, salir, ir y venir. Y renovar la luz de los ojos- volvió a hablar Palmerolo.
Sin darse cuenta, en la medida de que iban hablando había cambiado la dirección y en lugar de ir río abajo, se había venido río arriba, por momentos giraban en dirección contraria y de inmediato regresaban a la inversa, como fabricando un laberinto de indecisión y duda.
-Debemos caminar para que no se agote la luz. Para encontrarnos con otros naguales, tal vez. Crecer en la luz y que Palmerolo llegue a donde debe llegar-dijo el gato desesperándose.
-Vamos caminando para romper con el desarraigo y echar raíces de pertenencia, allá, del otro lado del río. El asunto es llegar. Por eso es tiempo de que vuele el Águila- dijo la Tortuga.
Cuando la Tortuga terminó de hablar, se dejó escuchar de la distancia un canto por ellos ya conocido:
Bbrrrrr, linnnnrrriiiin beeeerrrrr, neeeennnnjjjjjrrrrrr
Gaaaannnnguuumeeee, gggrrrrrrr, reeeennnnnggggrrrrr
Ggggrrrriiiiinnnnngggggrrrrraaaaannnnvvvvviiiisssssaaaannnnn
-¡Es la rana!-gritó feliz la Lora- es la rana que nos manda una buena señal. Pareciera, como si nos esperara del otro lado.
-Respiremos un poco y entendamos esto,-les sugirió Palmerolo- Yo sugiero, que mientras el Águila vuela alto, nosotros organicemos una exploración real de este lugar. Se nos va a venir la noche encima, y en la oscuridad, cualquiera de estas fieras dará cuenta de mí.
-¿Qué tal si la Lora y el Águila hacen un equipo; Puerco Espín, Gato y Cusuco hacen otro; Palmerolo, Ocelote y yo, el tercero?- propuso la tortuga.
-Yo sólo puedo volar bajo, pero soy detallista- les recordó la Lora
-Yo volaré alto y las dos juntaremos los detalles del panorama- se alegró ya agitando las alas el Águila.
-No tan a prisa, -las conminó la Tortuga- démonos una hora. En una hora nos juntamos en este mismo lugar y cada equipo traerá lo suyo.
Se pusieron de acuerdo y se dividieron el territorio y el criterio de avizorar lo que fuera útil, práctico y coherente con lo que quería lograr sin perder nada de lo de ellos. Tomaron rumbo y fue como si los dominios ya allí establecido lo absorbieran todo con su estruendo majestuoso selvático y absoluto.
-Tenemos que derribar las barreras feudales que no nos permiten hacer nación, tener patria, caminar con libertad y vivir bajo la amenaza del golpe- iba diciendo el Puerco Espín a manera de una memoria que no quería olvidar o que se extraviara en aquel portento digno de abandonarse a él, bajo el riesgo de sus sorpresas de depredación, miraba tantos bichos para comer, como si toda la comida chatarra se hubiera puesto en baratillo: saltaban lombrices, arañas y escorpiones, aquí y allá, listos para comerlos, pero él, no estaba allí para volverse sólo panza. Su misión requería de cerebro y lucidez, tanta comida casi de gratis, le podía volver borrosa la vista.
-Esta luz proclama la dignidad del pueblo. La identidad, la pertenencia y el sentido de ser una nación porque se ha construido con nuestra sangre de mártires, con la dignidad de resistir, con la creatividad de decidir y de fundar, con la fecundidad de resarcir una deuda por siglos acumulada- No paraba de decir su discurso la Tortuga en el otro equipo de exploradores, que asumían sus palabras como un ánimo en la intensidad de aquella marcha emprendida. Y a la vez gozaban de la terquedad de aquel animalito insignificante y paciente, que sin lugar a dudas, era más dueña del tiempo que todos ellos, por algo una figura de la eternidad maya, en cuya caparazón está contado por adelantado el mapa del tiempo en que reposa el universo, por inmenso que sea.
(Fin del Capítulo II)
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